La generación muda no tiene quien la entienda
Parece que los jóvenes no contestan las llamadas telefónicas: ¿se reversiona el clásico “las nuevas generaciones están perdidas?”
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Dentro del género clásico “las nuevas generaciones están perdidas”, ha circulado una noticia en letras catástrofe: dicen que los jóvenes están dejando de contestar llamadas telefónicas. La indignación crece con la conclusión que sostiene que la indiferencia aumenta cuando la llamada es de algún progenitor o jefe.

El informe fue producido por un vendedor de teléfonos usados que preguntó a estadounidenses de entre 22 y 37 años algunas cuestiones relacionadas con su emprendimiento. El sitio BankMyCell delata sus intenciones de mercado en la pregunta de qué preferiría contratar sin límites: llamadas o datos. El ochenta por ciento eligió lo segundo.
Si eso es cuestión de millenials, pues ya estoy mandando mi solicitud para sumarme al grupo. La llamada debería ser la excepción en tiempos en que la mayoría de los requerimientos se pueden resolver con eficiencia con un emoticón
Estos genios del marketing saben cómo hacer que un simplón estudio de mercado adquiera el rango de tendencia de época entre tertulianos reaccionarios. Dieron en el clavo al titularlo Generación Muda, por eso de que esta gente no le atiende el teléfono a la madre. No hay nada mejor que una idea fácil para consolidar los prejuicios.
Alcanza para declarar sin voz a una generación entera que un 81% de los 1200 encuestados diga que hacer una llamada les da ansiedad, y que el 75% las considera una pérdida de tiempo. Si eso es cuestión de millenials, pues ya estoy mandando mi solicitud para sumarme al grupo. La llamada debería ser la excepción en tiempos en que la mayoría de los requerimientos se pueden resolver con eficiencia con un emoticón.
A menos de que se trate de una urgencia compleja (o la demanda del ser amado, que vendrían a ser lo mismo), una llamada es insolente. Interrumpe sin aviso en situaciones comprometidas. Nos obliga a dedicar un tiempo que a veces no tenemos para hablar con gente que casi nunca nos interesa.
Los progenitores de los supuestos mudos se la pasaban horas colgados de los teléfonos de pared, enrollando en los dedos los rulos del cable. Y no parece que tanta conversación telefónica haya dado una generación muy aventajada, a juzgar por los problemitas con los que lidia la humanidad desde que está gestionada por los papis de los supuestamente enmudecidos.
Los progenitores de los supuestos mudos se la pasaban horas colgados de los teléfonos de pared, enrollando en los dedos los rulos del cable. Y no parece que tanta conversación telefónica haya dado una generación muy aventajada
La desconexión entre jóvenes y adultos no es un problema tecnológico, sino ley de vida. Si ahora parecen evadidos en sus pantallas, antes lo hacían encerrados en su cuarto, o en la precariedad de una esquina del barrio.
En estos días Unicef España y la Fundación Atresmedia lanzaron la campaña “Saca el móvil de la cena”. No creo que la falta crónica de diálogo intergeneracional haya sido porque no tuvimos en los ochenta una campaña de los periódicos invitando a apagar la televisión a la hora de la comida. Es más probable que sea porque seguimos obviando las causas profundas de tal incomunicación.

Los hechos dicen que los jóvenes hoy están mucho más conectados y con más chances de compartir sus cuitas porque a los oídos de toda la vida ahora suman ojos para leer sus mensajes. Es más, la ciencia confirma que no estamos más desequilibrados que entonces.
Un estudio publicado en Clinical Psychological Science concluye que no existen pruebas consistentes que relacionen el uso de tecnologías digitales con un deterioro del bienestar psicológico a nivel global. Ni siquiera hace falta demostrar la causalidad entre las tecnologías móviles y deterioro psicológico porque los indicadores globales de salud mental no ofrecen evidencias de deterioro.
Los investigadores advierten también que muchas de esas conclusiones que relacionan males y tecnología se apoyan en metodologías deficientes, muestras no representativas o mediciones imprecisas del uso digital. En cualquier caso, estos adultos que idealizan los tiempos del teléfono fijo podrían ir indagando en por qué sus hijos no les atiendan las llamadas. No fuera cosa que esa actitud amarga ante el progreso sea la causa de que la juventud rehúya sus conversaciones.

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