Haroldo Conti vuelve al Delta de la mano de un documental
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“Mientras recruzo el río no pierdo la esperanza porque, vaya vulgaridad, todavía creo en el hombre y creo en este país”. A un mes de publicar una crónica que indagaba en la vida de los habitantes del Delta y que cerraba con esta frase, su autor fue secuestrado y desaparecido, condición en la que aún permanece.
Lo que duelen algunas palabras, lo inesperado del dolor que suscitan. Haroldo Conti, el autor de la frase, publicó el artículo “Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino” en el número de abril de 1976 de la revista Crisis. En mayo de ese mismo año uno de los tristemente célebres “grupos de tareas” lo arrancaría de su hogar, de la vida, del ínfimo derecho de cada quién a ser enterrado como un ser humano.
Todos somos producto de entramados que nos superan. En mi caso, durante los años ochenta las revistas culturales fueron una suerte de segunda escuela. En algún número de la revista Crisis en su segunda temporada (la primera debió cerrar en agosto de 1976) descubrí la existencia de un tal Haroldo Conti, dueño de una prosa tan deslumbrante como su amor por las islas del Paraná. Y resulta que ahora, en el Bafici, después de muchos años y muchos vueltas, me encontré con una pequeña joya llamada Silencio en la ribera que retoma, en elaborada clave audiovisual, aquel último artículo del escritor y docente nacido en Chacabuco, provincia de Buenos Aires.

El cineasta Igor Galuk, director de la película e integrante del grupo Riocine, entreteje pasado y presente, palabras, imágenes y registro documental con la misma maestría con que los artesanos ribereños entrelazan las fibras de caña.
La mirada de Silencio en la ribera, siempre respetuosa, se detiene en los rostros curtidos, los gestos contenidos, las manos anchas, trabajadas y lastimadas por las cañas, las redes, las piedras y el fuego de las cocinas
“Viven entre recuerdos. Pateando sombras que se cruzan por los senderos y se descuelgan de las paredes de chapa de zinc, lo cual ya es una antigüedad”: así describía Conti a los habitantes de la Isla Paulino de Berisso, lugar difícil de encontrar en los mapas. A comienzos del siglo XX la isla tuvo su momento de discreto esplendor de la mano de la migración italiana; luego, en los años cuarenta, una inundación la devastó para siempre. Conti se encuentra con algunas familias empeñadas en seguir allí pese a todo; las cámaras de Galuk remontan el surco de aquella crónica de mediados de los años setenta y se encuentran con la versión contemporánea de prácticamente lo mismo: pescadores, recolectores de caña, un empecinado quintero que continúa cultivando la uva chinche, base de un vino poco apto para paladares no entrenados.
La belleza algo salvaje de la zona envuelve a esos seres del río; la mirada de Silencio en la ribera, siempre respetuosa, se detiene en los rostros curtidos, los gestos contenidos, las manos anchas, trabajadas y lastimadas por las cañas, las redes, las piedras y el fuego de las cocinas (por allí ronda, me digo, un latido conocido; ése que en su momento impulsó a Luchino Visconti a filmar los rostros severos de los pescadores en La terra trema).
Vemos a los habitantes actuales y escuchamos –en las palabras de Conti– la descripción de quienes los antecedieron. Atisbamos lo que podría haber visto el escritor, gracias a fragmentos de documentales filmados en los sesenta. Escuchamos el golpeteo del agua, el susurro de los árboles, la presencia del viento: el Delta habla su propia lengua y es un hilo más en la apretada trama del film. Aparece Conti, en imágenes de un documental inconcluso de Roberto Cuervo. Está con su mujer, en una casa del río, frente a una máquina de escribir donde tal vez esboza –¿quién sabe?– el artículo que dio origen al documental de Galuk. “La isla está ahí, fantasmosa, pero entre sus árboles viven hombres de carne y hueso que esperan a pesar de todo esas ligeras amarras que la salven de irse a pique para siempre”, escribió el autor que creía en la humanidad. Quizás sea cuestión de seguir creyendo.
