
Una prosa observadora
Willy G. Bouillon
El fiera, el pibe y los otros
Por Enrique Medina
La prolífica bibliografía de Enrique Medina (Buenos Aires, 1937) suma alrededor de una treintena de títulos. Entre ellos, sobresalen la novela y el cuento, a razón, casi, de un libro por año, desde 1972, cuando se publicó Las tumbas , narración en gran medida de raíz autobiográfica, que tuvo una repercusión poco común en la literatura vernácula, por la crudeza temática y la originalidad y fuerza expresivas. En 1976, alcanzó una producción inusual al publicar tres novelas y una pieza de teatro para niños. Muchas de sus obras han sido llevadas al cine. Muchas, también, fueron víctimas de la censura.
Resulta difícil situar en un género determinado El Fiera, el pibe y los otros . La ilustración de tapa (un edificio de Fuerte Apache) y la lectura del primer texto pueden hacer pensar, en una primera mirada, que se trata de una novela. En realidad aquel comienzo es un relato, pero termina siendo el único que, en sus dieciséis páginas, exhibe las pautas que por lo general definen a la narrativa. Lo que sigue parece estar compuesto de ensayos, aunque faltan algunos de sus ingredientes: una mayor profundización analítica y cierto aporte de soluciones puestas a consideración del lector. Tal vez corresponda mejor hablar simplemente de reflexiones.
El libro está dividido en tres partes. La primera, la que da título al volumen, incursiona en el que ha sido el terreno fuerte del autor, es decir, el contexto villero, con su marginalidad social, la inalterable persistencia de sucesos cotidianos (lo más singular, como allí se insinúa, es una lluvia) y las pequeñas y grandes luchas que enfrentan siempre los pobres; la segunda es el "Bar literario", al que impone nítidamente un mayor énfasis intelectual, convirtiendo una cafetería en un salón frecuentado por autores celebérrimos, que desnudan sus flaquezas y algunos escombros ìntimos. La tercera parte, "La mujer herida", es un muy abarcativo mostrador de personajes y actitudes característicos del escenario urbano.
Medina se mueve con destreza por todos estos ámbitos, permitiendo con naturalidad que sea dominante en su escritura el comentario irónico, mordaz y cargado de humorismo, como un buen observador que, por lo demás, ha vivido muchos de los hechos y episodios que describe.
Merecen particularmente destacarse, por lo logrados, dos textos: "En busca de Proust", y, sobre todo, "Nabokov y Walcott". En el primero, Medina se vale de la supuesta carta de una amiga, en la que ella deplora que ningún medio local haya recordado el centenario de su nacimiento. Todo el capítulo adquiere la dimensión de un refinado homenaje al escritor francés, con un vibrante acento puesto sobre la famosa escena que desencadena el recuerdo del tiempo perdido.