Agitación social, australes devaluados y una noche fatídica: cuando Racing perdió la Recopa que ahora quiere ganar
Como un reflejo del momento del país, la Academia tuvo un verano agitado en 1989
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Aquel verano de 1989 estuvo cargado de tensiones en todos los niveles. El 23 de enero, el ataque de 46 guerrilleros al cuartel militar de La Tablada jaqueó al gobierno de Raúl Alfonsín, que ingresaba en el último año de una gestión cruzada por el incremento de la inestabilidad económica, el aumento de la demanda de dólares, inflación galopante y fragilidad del austral, la moneda de la época. En ese complejo contexto nacional, Racing también atravesaba un tumultuoso inicio de año, justo en la previa de la disputa de la Recopa, el inédito certamen al que accedió como campeón de la Supercopa de 1988; se mediría con Nacional de Uruguay, dueño de la Libertadores de aquella temporada.
El domingo 8 de enero, el auto en el que viajaban Ubaldo Matildo Fillol y su esposa, Olga Pawluczyk, impactó contra un caballo en la Ruta 11: la mujer se llevó la peor parte y tuvo que permanecer internada hasta recuperarse. “El caballo se montó sobre el capot, el parabrisas se destrozó y el vidrio nos lastimó, además de las heridas que tuvimos por el choque”, había declarado el Pato, vital en la gesta internacional de la Academia del año anterior.
Antes del reinicio del Campeonato 1988/89, en el que entonces Racing compartía la cima junto con Boca, un clásico estival ante el Xeneize finalizó en escándalo, en Córdoba, durante un cuadrangular del que también formaron parte Talleres y Belgrano (que se coronaría ganador). La Academia ganaba 2-1, hasta que el árbitro Juan Carlos Loustau expulsó a Gustavo Costas, a los 40 minutos del segundo tiempo, y cobró penal para Boca. Fillol atajó el remate ejecutado por Daniel Gutiérrez, pero el delantero capturó el rebote y empató. Lo peor ocurriría un minuto después, cuando José Luis Villarreal marcó el 3-2 azul y oro y una acción desató la furia albiceleste: algunos jugadores y del cuerpo técnico de Racing observaron cómo uno de los organizadores celebraba la conquista boquense. Indignados, los suplentes y Costas -todavía al costado de la cancha- encararon al directivo, mientras Fillol, enojadísimo, insultó al árbitro y también vio la tarjeta roja. El equipo de Alfio Basile se retiró del campo de juego, en repudio a las decisiones arbitrales, y dejó el certamen sin jugar el encuentro por el tercer puesto.
De regreso a Avellaneda, el plantel buscaría enfocarse en la reanudación del Campeonato y en la Recopa, aunque el panorama no era el ideal debido a lesiones, conflictos contractuales y un margen reducido de preparación. ¿El motivo? Futbolistas Argentinos Agremiados había unificado las vacaciones de todos los planteles, sin contemplar que la Academia disputaría los duelos con Nacional el 31 de enero y el 6 de febrero, en medio de la reanudación del certamen doméstico. “Me parece que no fue un acierto el descanso unificado para todos. Se debió hacer una excepción con aquellos que teníamos compromisos internacionales pendientes. Para no dar ventajas, lo ideal era entrenarse el primer día hábil de enero y tener mejor estado físico y más fútbol”, había reclamado Basile.
“No teníamos al Pato (Fillol), al Negro Ludueña ni a Rubén (Paz), eran bajas importantes”, recuerda -en diálogo con LA NACION- Jorge Camote Acuña, mediocampista que fue titular en ambos partidos frente al Bolso. Por una discusión contractual con el presidente de Racing, Juan De Stéfano, Ludueña se cruzó de vereda y firmó con Independiente. Previo a viajar a Montevideo para la primera final, el conjunto de Avellaneda cayó 2-0 con San Lorenzo (en Vélez) y perdió el liderazgo, producto del triunfo (2-1) de Boca sobre Armenio.
Ir por más gloria era uno de los motores del plantel, acostumbrado a que los buenos rendimientos deportivos no se reflejaran en las cuentas bancarias. Una anécdota de Camote Acuña exhibe lo complejo que era negociar con De Stéfano y que el mandamás cumpliera: “Lo nuestro era jugar por el amor que teníamos por el fútbol, por la camiseta. Ganando la Supercopa 88, nos quedamos con 5 mil dólares cada uno. Nada más. Jugué siete años en la Primera de Racing y sólo me pude comprar un auto. En ese momento, habíamos arreglado que la mitad de la recaudación de la final con Cruzeiro –en la Supercopa- era para el plantel, pero terminamos cobrando el 25 por ciento. Juan, que era muy difícil, nos dijo que 25 mil personas se colaron por un hueco”.
Basile también se había acostumbrado a esas inestables situaciones económicas, incluso desde los tiempos en los que era jugador del mítico Racing de José, con el que se consagró campeón del mundo, ante Celtic, en el estadio Centenario, en 1967. Allí, 22 años después de la máxima gesta académica, Coco intentaría sobrepasar las ausencias y dar un primer paso firme frente al Bolso, del que fue verdugo en la final (a tres partidos) de la Libertadores 67.
El árbitro designado fue el brasileño Romualdo Arppi Filho, el árbitro de la final de México ‘86 y quien el 17 de septiembre de 1988 había impartido justicia en el partido en el que Racing obtuvo la Supercopa Interamericana, al vencer por 3-0 a Sportivo Herediano de Costa Rica, en Los Ángeles, con goles de Ramón Medina Bello, Rubén Paz y Darío Decoud.
La Conmebol, que junto a la Concacaf había avalado aquel encuentro disputado en Estados Unidos, luego desconoció al título como oficial, lo que motivó un reclamo –hasta ahora vigente- de la Academia. El juez mundialista no tuvo injerencia en el desarrollo del cotejo, en el que Racing formó con Julio César Balerio; Carlos Vázquez, Costas, Néstor Fabbri, Carlos Olarán; Acuña, Hugo Lamadrid; Mario Panza Videla, Norberto Ortega Sánchez; Medina Bello y Walter Fernández. La ocasión más clara de la Academia la tuvo Fernández, que sacudió el travesaño con un tiro libre.
Más allá de aportar atajadas, Balerio -uno de los más destacados- no pudo evitar la derrota, que se originó en una jugada desgraciada. “Perdimos esa pelota fatal en tres cuartos de cancha y vino el gol con nuestra defensa regresando a contrapierna. Y a la lona”, describió después Basile, en referencia a que un intento de rechazo de Costas dio en un hombre de Nacional y la pelota le quedó a Daniel Fonseca, quien prolongó para Castro, fue a buscar la devolución y empujó para el 1-0 que sería definitivo.
“La vida empieza en febrero” fue el título que eligió la Revista Racing tras la derrota, en alusión a las dificultades vividas en ese enero, al que la publicación –rescatada por el Archivo Histórico del club- calificó como “fatídico”: “Más allá de una innegable racha adversa, Racing no había llegado en la plenitud de sus medios”. Para Basile, la premisa era “mejorar sustancialmente” de cara a la vuelta.
El 6 de febrero, día de la revancha, la cotización del dólar saltó de 17 a 24 australes. Fue el inicio del colapso del Plan Austral, uno de los motivos que derivaría en que Alfonsín adelantara el final de su mandato para el 30 de junio de aquel año. “Con lo que pasó con el Austral, te pagaban menos. Era un momento muy difícil para nosotros”, sintetiza Acuña sobre las circunstancias económicas.
El motivo de la mudanza de la localía racinguista al estadio de Vélez obedeció a que el 22 de diciembre de 1988, durante un clásico con Boca que estaba 0-0, por el Campeonato 88/89, una bomba de estruendo impactó cerca de Carlos Navarro Montoya, el arquero xeneize. El partido fue suspendido y el estadio, clausurado. La AFA resolvería darle por ganado el duelo a Boca y, además, descontarle dos puntos a la Academia, que con el mal enero de 1989 comenzaría a olvidarse del sueño de la conquista doméstica. En Racing estaba instalada la idea de que desde los sectores de poder buscaban perjudicarlo. Las malas sensaciones llegaron al plano exterior producto del arbitraje que tendría el paraguayo Gabriel González, designado para el encuentro decisivo.
La noche fue accidentada desde el vamos. Racing inició con Balerio; Vásquez, Costas, Fabbri, Olarán; Acuña, Lamadrid, Videla; Medina Bello, Raúl Toti Iglesias y Walter Fernández, y se quedó a los 24 minutos sin Fabbri, fracturado por Santiago Ostolaza. La Tota, héroe en la Supercopa 88 por anotar -de cabeza- el agónico empate ante River que valió la clasificación a la final, se puso de pie, rengueó hasta la línea lateral y pidió que esperaran para frenar la modificación. Sin embargo, tendido sobre el césped, fue revisado y el médico constató que la lesión era grave, por lo que Basile dispuso el ingreso de Cosme Zaccanti. Una multitud empujaba desde las tribunas y la Academia era una tromba, pero un disparo –de Medina Bello- en el travesaño y las notables intervenciones del arquero Jorge Seré dieron la pauta de lo que ocurriría después.
Mientras el golero se probaba las pilchas de héroe, la Academia salió al segundo tiempo con un cambio de camiseta: dejó la blanca con detalles celestes, icónica de la obtención de la Supercopa (y amuleto restaurado tres décadas adelante, en la Liga 2018/19), y apostó a una totalmente celeste. Luego de un lateral al área, el árbitro observó una mano y sancionó penal para el equipo de Basile. Walter Fernández asumió la responsabilidad, sacó un zurdazo cruzado a media altura, con muchísima potencia, pero Seré voló y ratificó su rol estelar en Liniers, donde su compañero Daniel Revelez quiso emularlo, en la polémica de la noche: Camote Acuña ingresó a toda velocidad al área, envió el entro atrás y le sirvió el gol a Toti Iglesias, cuyo remate con destino de red fue rechazado sobre la línea por la palma del zaguero de Nacional.
“El central se tiró como un arquero, le metió un manotazo, la sacó y el árbitro cobró córner. Fue un penalazo, alevoso, y el árbitro no lo dio. Lo sentimos como un robo”, lamenta hasta estos días Acuña. Una fotografía tomada desde atrás del arco, convertida en portada de la Revista Racing, dejaba en evidencia la clara “atajada” del defensor, con la leyenda: “¡Penalazo! Estaba escrito: no era para nosotros”. En el fondo de la imagen, tomada desde atrás del arco, se ve en línea recta a la acción, sin jugadores que impidieran la visión, al árbitro González.
Los embates del conjunto del Coco no serían suficientes para abrir la cuenta ni arrebatarle la Recopa al Bolso, pero Acuña recuerda la aprobación del público pese al 0-0 final: “La gente nos despidió con aplausos, jugamos un partidazo y fuimos muy superiores”. Hugo de León, ídolo y capitán del conjunto uruguayo, alzaría el inédito trofeo, mientras que Gustavo Costas, que portó el brazalete en Racing tras la lesión de Fabbri, lo sufriría y no olvidaría. “Estamos soñando todos los días con la Recopa contra Botafogo. Tenemos que soñarla. En el vestuario puse carteles que dicen ‘¿En qué estás pensando? Y las respuestas son ‘La Recopa’, ‘Llevar a Racing a lo más alto’”, reveló –en ESPN- el ex capitán y ahora entrenador campeón con la Academia.
Agustín Almendra había contado una situación similar: “En la práctica Gustavo pregunta en qué pensamos, y si no contestamos ‘en la Recopa’, se enoja”. Así es Costas, un eterno soñador de dulces momentos con nuevos afiches coperos en celeste y blanco, que quiere saldar una cuenta.
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