La increíble historia de Luciano Cabral: vuelve a la cancha donde debutó frente a la mirada de su amigo Riquelme
El volante del Rojo ilusiona a los hinchas; la recuperación de un jugador que debutó de la mano de Borghi en la Bombonera, que se sobrepuso a la cárcel y tuvo el apoyo clave de Tocalli
8 minutos de lectura'
El muchacho que viste la camiseta roja con el 10 en la espalda esconde la pelota debajo de su botín derecho y logra detener el pulso del fútbol por unas milésimas de segundo. Le alcanzan para desairar a un marcador desorbitado, para invitar a un compañero a jugar en corto, o para otear el panorama antes de soltar el pase filoso que deje a uno de los suyos con ventaja de cara al arco rival. Son suficientes para levantar aplausos y sumar signos de iración. También para echar el tiempo atrás, a aquellas épocas en las que todos los equipos de nuestro fútbol contaban con algún jugador capaz de seducir las miradas acurrucando la redonda con la suela.
Luciano Cabral, el muchacho de la camiseta roja con el número 10 consigue acelerar el corazón de sus hinchas cuando la pide, cuando toca y va a buscar, cuando gambetea con delicadeza. También cuando cada tanto, más por obligación que por gusto, intenta el gol propio con un remate al arco.
El muchacho de la camiseta roja habla poco pero dice mucho. Invita a sus compañeros a jugar, preocupa a los adversarios, acumula elogios desde que se puso nada menos que la número 10 de Independiente. “Es un chico que se hace querer”, resume desde Chile Sergio Morales, dueño de la agencia de representación Mundo Futuro, director general del club Coquimbo Unido hasta noviembre de 2023, y uno de los responsables de que Luciano Cabral, el muchacho de la 10, se haya reencontrado con el fútbol para iniciar una de esas historias de vida que al contarlas dibujan sonrisas. “Cuando mi amigo Nicolás Puppo -representante de Cabral- me sugirió la posibilidad de incorporarlo a Coquimbo, pensé lo que pensaría cualquiera en mi lugar: que todo el mundo merece una segunda oportunidad”.
Por entonces, el pibe nacido en General Alvear, Mendoza, tenía 27 años, y había pasado los últimos seis en la Unidad Penitenciaria de San Rafael, condenado por su participación en una pelea que acabó con la muerte de un joven, Joan Villegas, en el primer día de enero de 2017. “Fue la típica trifulca que puede darse a la salida de un boliche entre dos grupos”, relata Puppo, “solo que lamentablemente aquella vez terminó muy mal, con la pérdida de una vida”. El padre de Luciano Cabral se incriminó a sí mismo y fue condenado a 16 años de prisión. El futbolista de Argentinos Juniors, que en aquel momento estaba a préstamo en el Atlético Paranaense de Brasil, y su primo, a 9 años y medio.
“Una vez que anduve por Mendoza fui a visitarlo a la cárcel. No me preguntes porqué pero le tengo un cariño enorme a ese chico”, recuerda Hugo Tocalli: “Me contó que la familia le había llevado una pelota y que se entrenaba solo. El abogado estaba intentando que le acortasen la pena por buena conducta. Él no veía la hora de salir, estaba desesperado por volver a pisar una cancha”, comenta uno de los personajes claves en la carrera del 10 del Rojo.
“Lo tuve un año, en la 5ª división de Argentinos. Era un chico muy tímido, muy serio, que no faltaba nunca a entrenarse y estaba siempre muy atento a las correcciones que uno pudiera hacerle. Y como jugador ya era diferente, uno de esos enganches como los que ya tenemos una edad hemos querido tanto, de los que ponen la pelota justa para el delantero, que hacen jugar al equipo, tienen toque, profundidad, gambeta y llegada al gol”.
Tocalli fue el responsable de que adoptara la nacionalidad de su abuela chilena. Comenzaba el año 2015, el actual coordinador general de las divisiones inferiores de Independiente entrenaba la selección Sub20 del país trasandino y convenció a Cabral de cambiar la celeste y blanca de Argentina (unos meses antes había disputado los 90 minutos de un amistoso contra Ecuador con la sub20 que dirigía Humberto Grondona) por la Roja de Chile.
Para esa fecha, el pibe de la pelota pegada al pie ya llevaba 23 partidos en Primera. Había debutado el 16 de marzo de 2014, justamente en la Bombonera, escenario al cual volverá este lunes. “Perdíamos 1 a 0 y me acuerdo que lo llamé y le dije: “Está linda la cancha ¿no? ¿Te gustaría jugar?”. Por supuesto que me contestó que sí. Entró muy pachorriento y al ratito arrancó una jugada por izquierda que después derivó a la derecha y terminó siendo el gol del empate”, rememora Claudio Borghi, el técnico que le dio la primera oportunidad entre los grandes.
La etapa en el equipo de La Paternal pasó por el sinsabor del descenso a Primera Nacional, pero tuvo a su vez un premio inesperado, la compañía de Juan Román Riquelme, que había vuelto al club de sus orígenes para ayudarlo a recuperar la máxima categoría. “No diría que es su discípulo, pero Lucho se siente muy cercano a Román por característica de juego, y Román lo valoraba mucho porque sabe visualizar muy rápido a los buenos futbolistas”, señala Puppo. “Hicieron una buena relación. Román vio que podía protegerlo, enseñarle, ayudarlo. Estoy seguro de que Cabral aprendió muchas cosas de él”, subraya Borghi. “Concentraban juntos, se hicieron amigos y se quieren mucho, pero esta vez intentará amargarle la noche”, asegura con una sonrisa Puppo. Será la primera ocasión en la que el ahora presidente xeneize verá como adversario a aquel pibe con el que tiraba paredes hace diez años.
En la mayoría de los casos, un episodio como el que atravesó la vida de Luciano Cabral trunca para siempre la trayectoria de un futbolista. Así lo manifestaron los medios chilenos cuando dieron a conocer la condena. “Adiós a una promesa de nuestro fútbol” fue, palabras más, palabras menos, lo que se dijo entonces, cuando era imposible imaginar que en 2024 Ricardo Gareca convocaría al hombre que estaba entrando en prisión para darle un lugar junto a Arturo Vidal, Charles Aránguiz o Paulo Díaz. “A mí no me sorprendió que llegara tan rápido a la selección. Es más, creo que se demoraron demasiado en llevarlo”, opina Sergio Morales.
Convertirse en jugador internacional es, por ahora, la máxima consagración de una carrera que comenzó en la adolescencia, cuando dejó su ciudad natal para ir a jugar a la CAI de Comodoro Rivadavia. De ahí saltaría a las inferiores de River, junto a Nicolás Freire y Fabio Vázquez –“Vino a préstamo, a la novena o la octava. Jugaba muy bien, pero un buen día volvieron todos a Comodoro y después apareció en Argentinos”, recuerda Daniel Onega, asesor del plantel de captación de jugadores de la entidad de Núñez.
“Lucho viene muy de abajo, de un barrio de los más humildes de General Alvear. Perdió a su mamá siendo muy chico y eso lo arraigó mucho a su papá. Lo conozco desde que tiene 16 años y siempre fue igual, familiero, callado, buen pibe”, describe Puppo. La prisión, en su caso, solo produjo cambios positivos. “No se contagió de ningún vicio, se acercó mucho a la religión y tuvo en todo momento el apoyo de Micaela, su mujer. De hecho, su segundo hijo nació mientras él estaba en la cárcel. Diría que salió más puro de lo que era cuando entró”, sugiere el representante. “La voluntad de volver a jugar al fútbol le dio la fuerza para aguantar la vida ahí dentro”, sostiene Tocalli.
Cuando la posibilidad de acortar la pena comenzó a concretarse, Cabral inició el camino del regreso. Primero, en un club sanrafaelino, donde entrenaba por la mañana y volvía a dormir al penal por las noches. Después, una vez liberado, en Argentinos Juniors –“Se portaron muy bien. Le pusieron los preparadores físicos a su disposición, lo alimentaron, lo cuidaron. La verdad que fue un muy buen gesto del presidente Malaespina”, afirma Puppo-, hasta que por fin surgió la chance en Coquimbo.
“Él me llamó cuando salió y le recomendé que empezara en el fútbol chileno. Me parecía lo más adecuado para que retomase el ritmo de juego. Por suerte me hizo caso y salió bien”, dice Tocalli. Pese a la oposición inicial de Fernando Díaz, el técnico de la entidad chilena, Cabral demostró enseguida que no había perdido ni una gota de su talento en los seis años de ausencia de las canchas. A mediados de 2024, Colo Colo quiso incorporarlo, pero el León de México ganó la pulseada y se lo llevó al país del norte. “No se adaptó. Estaba muy lejos. Me pidió que lo volviese a traer porque la familia ya había sufrido demasiado por él y no quería que siguiese sufriendo”, relata Puppo.
El resto ya es historia más conocida. Luciano Cabral aterrizó en Independiente el 29 de diciembre pasado y no le tembló el pulso para ponerse la mítica camiseta número 10 del Rojo. Después, comenzó a esconder la pelota bajo la suela, a jugar y hacer jugar, a convertir algún golazo de vez en cuando, y se metió a la exigente hinchada del Rey de Copas en el bolsillo. Este lunes volverá a la cancha donde debutó en Primera y su amigo Riquelme lo estará observando desde el palco. Una historia de recuperación tan magnífica como inusual escribirá un nuevo capítulo.