River: obnubilado en el juego y otra vez sentenciado en los penales, se dio un duro golpe
Quedó eliminado del torneo Apertura ante Platense tras empatar 1-1 y perder 4-2 en los penales; batacazo en el Monumental
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Marrón, color de la camiseta de Platense y de una montaña, contra la que chocó River y estrelló su ilusión de seguir adelante en el Torneo Apertura. Golpe duro, de frente, de los que dejan maltrecho y duelen. Un mal partido de River, con una eliminación que agónicamente conseguía evitar con un penal en el duodécimo minuto de descuento, finalmente lo volvió a atrapar en el tipo de definición que peor se le da: la definición por penales, en la que acumuló la octava derrota consecutiva. Ni siquiera tomó envión cuando estuvo 2-1 arriba en la serie, gracias a la contención de Armani a Saborido; la ejecución en un poste de Castaño y el desvío de Cozzani a Driussi (ya había fallado frente a Barcelona en ese mismo arco) dejaron a River afuera de las semifinales. Los dos refuerzos más caros en el último mercado de pases (más de 20 millones de dólares entre ambos) fallaron en la instancia decisiva.
Platense lo jugó como una final y River se pareció al que no hace mucho, antes de que se destapara contra Gimnasia, andaba en una nebulosa. En un choque de antagonismos, entre un equipo que venía de marcar 23 goles en los últimos siete partidos y otro que solo había recibido cuatro en los 10 cotejos precedentes, se impuso la muralla. La solidez defensiva nubló al ataque.
Apenas había pasado un minuto de juego y Colidio se sacó de encima a Saborido con un caño; a los cuatro, Driussi llegó a tocar una asistencia de Colidio en una pelota que le llegó mansa a Cozzani. River insinuaba que por quinto partido consecutivo iba a hacer un gol antes del primer cuarto de hora. Fue una falsa impresión, pronto Platense empezó a levantar un muro poco menos que impenetrable, a tono con lo que venía mostrando y que la valió para sacar patente de equipo duro, compacto, de una disciplina táctica casi militar.
Platense fue llevando a River a su juego: fricción, lucha por los espacios, un cuerpo a cuerpo permanente. Le haría falta mucha precisión y movilidad al equipo de Gallardo para desestabilizar a un rival que tiene muy bien aprendido su libreto. Platense se mueve con las líneas perfectamente complementadas en diferentes alturas del campo. Puede abroquelarse en su terreno, pero también subir la presión para ahogar al adversario en su salida.
A River le costaba encontrarle la vuelta al planteo rival y se empezó a poner nervioso. Platense marcaba territorio: Driussi quedaba dolorido tras chocar con Salomón y Martínez Quarta se salía de las casillas con Vázquez en un córner. Atléticamente, Platense no aflojaba y River se enredaba, le costaba una enormidad armar una secuencia de pases.
Silva no le daba un centímetro a Mastantuono y el tránsito por adentro que podían intentar Nacho Fernández y Castaño estaba taponado por Picco –un apellido muy simbólico para el estilo áspero del Calamar– y Herrera. River tenía una posesión superior al 70 por ciento, pero no le sacaba provecho. A Platense le interesaba mucho menos la pelota, prefería manejar los tiempos –con interrupciones demasiado consentidas por Falcon Pérez– y controlar los espacios.
Obsesionado por encontrar huecos por donde atacar, River incurrió en descuidos defensivos que no son nuevos. Últimamente venía compensando con su artillería ofensiva los desacoples de atrás. Platense también tenía estudiada esa faceta, no le quitó el ojo a la posibilidad del contraataque en los metros libres que quedaban entre volantes y defensores. Le alcanzó con un ataque vertical y profundo para sorprender. Taborda, que había empezado la jugada en el centro del campo, llegó para definir con un toque exquisito un pase no menos lúcido de Martínez. En todo ese movimiento, River apenas si pudo atinar con un despeje de Martínez Quarta; Enzo Pérez había quedado fuera de acción, Paulo Díaz en tierra de nadie y Bustos llegó tarde al cierre. Taborda, un enganche que salió de Boca y nunca encontró sitio en sus dos ciclos, es la pieza inspirada dentro de un granítico esquema.
A River se le complicaba la noche y no daba con las soluciones. No le funcionaba la elaboración colectiva e individualmente tenía un vuelo bajo. El tiempo que dejaba pasar Platense en cada reanudación del juego lo crispaba más, pero también se ofuscaba por su propia obnubilación. Un remate combado de Mastantuono por arriba del travesaño fue lo último que hizo en un partido que se le atragantaba de manera permanente.
Con un Enzo Pérez más adelantado para dirigir la salida, River fue por la vía del acoso ofensivo en el arranque del segundo tiempo. Mastantuono remató alto y un cabezazo de Colidio fue desviado al córner por Cozzani. Gallardo no tardó en sumar un delantero más con la entrada de Borja por Enzo Pérez, con lo cual Castaño se ubicó de volante central. Platense redobló esfuerzos, peleó titánicamente por cada pelota y especuló con la desesperación creciente de River, que de milagro no dictó su propia sentencia con lo que era un gol en contra de Martínez Quarta en una pelota que dio en un poste.
Ingresaron Lanzini y Aliendro en busca de una claridad que River no hallaba por ningún lado. Se iba el partido y River encontró el empate en el penal de Salomón a Borja, mientras Platense protestaba porque en la acción previa Falcon Pérez había cobrado al revés un lateral, acción en la que no podía intervenir el VAR porque era una reanudación. Y después los penales lo condenaron, como tantas otras veces, para gloria de este Platense que estranguló a Racing y River, y ya no será un tapado ante San Lorenzo.