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PARÍS (Enviado especial).- Entre tantos capítulos que cimientan la legendaria vida de Guillermo Vilas, el hombre que popularizó el tenis en la Argentina (y en una buena porción de la región sudamericana), uno de los primeros como protagonista en la súper elite sucedió en esta ciudad, hace cincuenta años, en Roland Garros. El zurdo criado en Mar del Plata disputó su primera final de Grand Slam (fue el primer argentino en hacerlo en París, además). Era N° 3 del ranking y, el favorito del público local, según un informe de la agencia AFP; sin embargo, en la definición, el domingo 15 de junio de 1975, perdió con el sueco Björn Borg (era 4°), por un cómodo 6-2, 6-3 y 6-4, en menos de dos horas.
Con el título en el 43° “Campeonato Internacional de tenis de Francia”, Borg se encumbró en el sexto jugador en ganar dos veces seguidas en el polvo de ladrillo parisino, tras Frank Parker (1948-49), Jaroslav Drobny (1951-52), Tony Trabert (1954-55), Nicola Pietrangeli (1959-60) y Jan Kodes (1970-71). El nacido en Estocolmo, que por entonces tenía 19 años, lució un nivel superior durante la quincena, perdiendo sólo un set, contra Adriano Panatta, en las semifinales. Ese mismo torneo, entre las mujeres, Chris Evert emuló a Borg y ganó el singles por segundo año consecutivo (también el dobles, con Martina Navratilova).
El video de la final, disponible online, en YouTube y en la web del Institut national de l’audiovisuel, una institución pública sa cuya misión es archivar y promocionar antiguas producciones audiovisuales, es una joya. Tiene momentos surrealistas, que hoy -en tiempos estrictos profesionales, en el que los jugadores se ocultan las cartas hasta el último momento- serían difíciles de emular. Se los observa a Vilas y a Borg, que eran muy amigos y ya se habían enfrentado seis veces (con tres triunfos para cada uno), juntos en el vestuario en los momentos previos a ser llamados a la cancha. Caminan por el pasillo hacia el court central (el Poeta con remera blanca; Borg con camiseta roja), sonríen, hacen bromas.
La transmisión de la TV pública sa tuvo una perlita: los comentarios de Jean Borotra, con 76 años, uno de los cuatro Mosqueteros del tenis galo, además de René Lacoste, Jacques Brugnon y Henri Cochet, dominantes del circuito en la década de 1920 y principios de 1930.
El primer sudamericano en una final individual masculina del Abierto francés había sido el chileno Luis Ayala, que perdió dos veces (1958 y 1960). Además, antes de Vilas, los argentinos Enrique Morea y Raquel Giscafré habían sido semifinalistas.
Frente a doce mil espectadores, Borg sacudió la ilusión del Poeta. “El match desilusionó a un público que esperaba una dura lucha, pero sólo vio un rápido triunfo del sueco, que era el favorito de la crítica, pero no de los espectadores”, decía el despacho de la agencia -Presse que publicó LA NACION el lunes 16 de junio. “Mientras el sueco hizo lo suyo con gran precisión y velocidad, el argentino cometió un error tras otro y cada vez que llegó a definir, sus voleas quedaron en la red”, amplió el comentario.
Tres días después de la definición en el Bois de Boulogne, el 18 de junio, la revista El Gráfico realizó un informe sobre la final de Roland Garros, en el que Vilas, sorprendido por su pobre rendimiento, declaró: “Perder con Borg no es una deshonra. Esa mañana me sentía muy bien, pero después de haber entrado en el court sentí una debilidad en las piernas y tuve que tomar cuatro botellas de agua durante el partido, señal de que algo no andaba bien”.
El argentino estuvo acompañado en París por su papá, José Roque; su maestro tenístico, Felipe Locícero; y por el preparador físico, el profe Juan Carlos Belfonte. “Me sorprendió que Guillermo cometiera tantos errores. No estaba segurísimo y potente como siempre. Yo pensé que, como todos los partidos que jugamos antes, tendría que hacer cinco sets”, apuntó Borg en el mismo artículo. Más allá de la caída, El Gráfico marcó su postura sobre Vilas en la apertura de la edición: “Vilas nos ha impuesto una nueva ‘obligación’: la de vivir las expectativas de todos los torneos y quedar pendientes de sus resultados”.
Con el tiempo, después de darle vuelta muchas veces al asunto, el tenista argentino más importante de la historia encontró una teoría a aquel endeble rendimiento ante Borg. Según el Poeta, el “Hombre de hielo” se aprovechó del vínculo que los unía, lo estudió y modificó su habitual estrategia, hasta confundirlo. Es más, antes de aquel destacado domingo de mediados de junio, ambos se entrenaron juntos y hasta compartieron el almuerzo, situaciones que hoy no ocurrirían.
“Para esa final, con Borg hicimos la preparación previa antes de enfrentarnos. Fuimos pareja de dobles, arribamos a las semifinales y mantuvimos una linda armonía y amistad. Cuando se inició la final, Borg exhibió una táctica totalmente distinta. Salí muy confundido, porque me ganó fácilmente. Me confié por lo que había sido la práctica, partiendo del sentido común que uno entrena lo que después hace en la cancha. Surgió entonces en mí una duda que me carcomía el cerebro; terminó el partido, fui a conversar con un canchero, le pregunté si Borg había entrenado antes de haber estado conmigo. Respondió que no”, contó el ganador de 62 títulos en el libro ‘Guillermo Vilas, conversaciones con el mejor tenista argentino’, publicado en 2022 por la editorial Galerna, escrito por el periodista Alfredo Luis Di Salvo.
Vilas desconfió sobre la actitud de Borg y esa final marcó un antes y un después en la amistad (luego recuperada, con ambos ya retirados). “No sé si fue verdad, pero no encontré una razón lógica que me indicase que el canchero mintiese. Nunca se lo pregunté a Borg. Simplemente le dije que para jugar mejor tenis debía alejarme de él. Mantuvimos una charla mano a mano muy interesante. Le manifesté que tenía que hacer mi propio camino y lo entendió enseguida. Hubo un indicio que me hizo sospechar aún más. Le dije que él parecía entender muy rápido lo que el otro haría y que por más que yo traté de no mostrar mi táctica, él lo había interpretado enseguida”, relató Vilas en el mismo libro.
Y amplió: “Traté de dejarlo contento y procuré dejar las puertas abiertas para seguir siendo amigos. Evité caer en una gran pelea y aposté a mantener la amistad. Pero sigo sosteniendo que el aprecio mutuo es complejo en la alta competencia”. Más allá de esta situación puntual y de la rivalidad que se prolongó en el circuito, Vilas y Borg mantuvieron un vínculo amistoso, especialmente una vez que se retiraron. En total se midieron en 23 oportunidades, con 18 victorias para el europeo (además de imponerse en la final de Roland Garros 1975, lo hizo en la de 1978). En octubre de 2019, en el Monte-Carlo Country Club, escenario de un sinfín de encuentros (dentro y fuera de la cancha), se juntaron para recordar viejas anécdotas, con un café de por medio.
Lejos de crucificar a Vilas por la derrota de 1975, El Gráfico publicó una mirada positiva: “Fue el delgadito, de cabellos lacios y rubios. Fue Borg, quien con sus escasos 19 años volvía a abrazarse a la gloria por segundo año consecutivo. El otro, el moreno, de espalda ancha y cara angulosa, deberá esperar una nueva ocasión”. La nueva ocasión llegó dos temporadas después. Vilas ganó el primero de sus cuatro Grand Slams en ese mismo certamen que le había dado la espalda, en Roland Garros, al vencer en la final al estadounidense Brian Gottfried (5° del mundo) por 6-0, 6-3 y 6-0. Finalmente tuvo su desquite en París después de haber mascullado bronca por una situación que siempre le disparó conjeturas.