
Fin del cepo, fin de la licuadora: cómo prepararse para la nueva presión fiscal
Las empresas siguen tomando decisiones con los reflejos de la inflación, pero el escenario cambió; esas lógicas pueden volverse en contra
4 minutos de lectura'


La Argentina está atravesando un cambio de paradigma económico. La inflación viene desacelerándose de forma consistente, el cepo cambiario se ha ido flexibilizando y el tipo de cambio oficial ha entrado en una fase de apreciación real que algunos ya bautizaron como “el súper peso”. Sin embargo, la presión tributaria sigue intacta. Y todo indica que así continuará –al menos– hasta que se logre aprobar una reforma fiscal integral que, por ahora, es más un título que un contenido.
Esa eventual reforma dependerá de muchos factores: el resultado de las elecciones, la voluntad del Congreso, y –muy especialmente– de las negociaciones con las provincias, que salvo contadas excepciones, se resisten a abandonar Ingresos Brutos, su principal fuente de ingresos. Pero ese tributo, regresivo y distorsivo, es incompatible con una economía que busque competitividad sistémica y estabilidad a largo plazo.
Mientras tanto, las empresas enfrentan un escenario completamente distinto. Siguen tomando decisiones con los reflejos de la inflación: acumulan stock, se endeudan en pesos a tasa fija, priorizan operaciones que “licúen” sus pasivos con el tiempo. Pero esas lógicas hoy pueden volverse en contra.
Un ejemplo reciente lo vimos en una charla con un grupo de industriales. Al preguntarles cómo se estaban financiando, uno comentó que hace un par de años había conseguido un préstamo en pesos a tasa fija. En ese momento fue una decisión acertada. Pero hoy, con el dólar planchado y tasas que se convierten en tasas reales en dólares, ese crédito se volvió excesivamente caro. Una alternativa más racional podría ser el endeudamiento dólar linked a un año, con tasas que oscilan entre el 7% y el 9%, y sin necesidad de garantías en moneda dura.
También cambió el efecto impositivo de muchas decisiones empresarias que, durante años, fueron casi reflejos automáticos en la gestión de empresas argentinas. Acumular stock, por ejemplo, era una forma habitual de anticiparse a la devaluación y, al mismo tiempo, licuar el impuesto a las ganancias mediante un mayor costo de ventas medido en moneda histórica. Pero con un tipo de cambio planchado y una inflación en baja, ese razonamiento empieza a fallar. Los costos no se ajustan como antes, y los inventarios pueden terminar generando un mayor resultado impositivo en vez de reducirlo.
Tampoco el fisco es ajeno a esta transformación. En el viejo paradigma, la inflación ayudaba a licuar impuestos: lo que se devengaba hoy se pagaba mañana en pesos devaluados. Hoy, esa lógica empieza a revertirse. El impuesto pagado en tiempo y forma puede volverse un costo significativo si no se revisa el timing de devengamiento, facturación y deducciones.
En este contexto, hay una ventana de oportunidad para quienes se atrevan a reformular sus estrategias fiscales. Por ejemplo, muchas empresas comenzaron a ajustar quebrantos por inflación en sus balances, lo que les permitió reducir su carga tributaria. A pesar de la resistencia de ARCA, los resultados –en términos legales y económicos– han sido alentadores, siempre que se actúe con fundamentos sólidos y una estrategia jurídica consistente.
Todo esto cobra relevancia porque se acerca el momento de presentación de las declaraciones juradas para muchas empresas. Y lo que se decida ahora –en cuanto a ajustes contables, valuación de activos y estrategias fiscales– puede significar una diferencia sustancial en la carga tributaria. En un contexto donde ya no hay inflación que diluya errores, anticiparse puede evitar pagar un costo innecesario.
A esto se suma un problema cada vez más evidente: la pérdida de liquidez que provocan los pagos anticipados de impuestos a través de retenciones y percepciones, que obligan a las empresas a financiar –sin retribución ni previsión– el gasto público en sus tres niveles. Encontrar mecanismos legales para reducir o neutralizar esos anticipos se vuelve una necesidad tan urgente como legítima.
La transición hacia una nueva economía no es solo un fenómeno macroeconómico. También implica una transformación micro, silenciosa y estratégica, que exige revisar viejos hábitos y adaptar estructuras. Las decisiones que se tomen ahora –en los balances, en las estrategias de financiación y en la forma de relacionarse con el Estado– marcarán el resultado de los próximos años. Porque en esta etapa, no solo se premia al que mejor se adapta: también se castiga al que no lo hace. Y en muchos casos, la diferencia entre una empresa que sobrevive y una que queda en el camino será, simplemente, haber entendido eso a tiempo.
El autor es abogado. Socio de Expansión Holding, especialista en Derecho Tributario
- 1
- 2
“Shock externo”: cuál es la “bala de plata” del Gobierno para el dólar, según el economista Fernando Marengo
- 3
La argentina acusada de fraude en EE.UU. “Las supuestas víctimas no denuncian nada y están de nuestra parte”
- 4
Oportunidad de oro: la Argentina tiene lo que el mundo busca para la carne, remarcan en una raza bovina que no para de crecer