
La negociación salarial colectiva, un obstáculo cuando la inflación va a la baja
Si la estabilidad perdura, y la Argentina ingresa a un escenario de un dígito anual de suba de precios, el sistema de negociación colectiva actual entrará en crisis; ya no bastará con que el Poder Ejecutivo no homologue convenios inferiores a la inflación
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En camino hacia una inflación más baja es conveniente recordar que el mecanismo centralizado de negociación colectiva que tenemos en la Argentina desde hace más de medio siglo complica cualquier proceso de estabilización, y combinado con las normas rígidas en contratos laborales vuelve traumático todo proceso de reestructuración y de apertura económica. Es por ello que la decisión de no homologar aumentos en convenios colectivos (CCT) que superen cierto nivel (digamos 1% mensual) puede leerse como un llamado a la realidad de lo que significa un acuerdo colectivo homologado por actividad o rama: un piso de aumento para las empresas, no un techo.
La diferencia puede parecer obvia, pero no lo es. Desde hace décadas la Argentina tiene alta inflación (desde la segunda mitad de la década del 40, para ser precisos) y por distintas razones encontró un mecanismo de ajuste salarial que eventualmente reduce los conflictos a nivel de establecimiento o empresa, ya que la homologación de un acuerdo zanja diferencias en el interior de la actividad –no siempre, pero eso es así cuanto más alta es la tasa de inflación–. Claro está que los salarios efectivos no son los mismos entre empresas, pero los aumentos acordados en convenio reducen la conflictividad que ahora puede imputarse a un tercero (el número que surge del CCT). Y como no todas las empresas tienen la misma productividad, algunas son viables –las más grandes y capitalizadas– y otras se pasan a la informalidad, mientras otras vegetan o desaparecen. Nadie reclama por los que nunca nacieron o desaparecieron.
El sistema de negociación colectiva centralizada funciona hasta que la inflación cae por algún programa de estabilización exitoso. Tal como se vio en la convertibilidad, los costos laborales se hacen visibles y la necesidad de ganancias de productividad se vuelve imperiosa, aunque la reestructuración se trabe por las rigideces de la legislación. Cuando sobreviene el colapso –en 1986, en 1987, en 2002, desde 2007–, la economía retorna a su situación normal de alta inflación. Y resulta claro que en alta inflación no hay muchas reglas generales para ajustar salarios, excepto la inflación. Hay reglas distintas si la negociación es descentralizada: las empresas con ganancias de productividad podrán aumentar por arriba de la inflación, y las que se estancan deberán ir por debajo, pero en una negociación centralizada todo se mezcla y la regla es única.
A la larga, la productividad en ese ambiente se estanca o cae. La economía también se estanca. Suena un final demasiado conocido.
¿Qué ocurre si el escenario es otro, y esta vez la economía se estabiliza y logra convivir con baja inflación, y además la economía se abre para ganar en eficiencia y competitividad? En este caso los aumentos en CCT de actividad centralizados no pueden seguir una regla única (la inflación, por ejemplo), porque eso agrava el problema de costos relativos para las empresas menos eficientes que –si no pueden reestructurarse– tienen como única salida la quiebra y los despidos.
En poco tiempo los conflictos se extienden y se vuelve a la solución tradicional: la inflación iguala a todos los mediocres, como ya decía en su parlamento final el Santo Patrono de los mediocres, el genial Antonio Salieri en Amadeus.
Tampoco pueden seguir una regla única convenios medianamente descentralizados –por ejemplo a nivel regional–, porque las empresas pueden estar clasificadas en un sector heterogéneo y también pueden enfrentar condiciones heterogéneas en mercados de factores y de productos. Si su productividad es diferente, los salarios no tienen por qué ser iguales ni tender a igualarse. Eventualmente se igualarán en algunos momentos salarios de igual nivel de calificación y productividad que enfrenten condiciones similares de mercados con libre entrada.
Todo esto nos lleva a evaluar la situación actual: la regla de no convalidar (homologar) acuerdos colectivos por arriba del 1% puede resultar arbitraria, pero no impide que las empresas puedan negociar condiciones diferentes con aumentos mayores si tienen la capacidad, y no enfrentan el riesgo de que el Poder Ejecutivo determine “aumentos de emergencia” mandatorios, como ocurrió en el pasado, y los obliguen a enfrentar costos laborales desproporcionados. Si eliminamos la amenaza de esa espada de Damocles de sus cabezas pueden empezar a recuperar la política salarial. Pero esto parece claro bajo la actual istración, no fue el caso de las istraciones peronistas de las últimas dos décadas, de las radicales del pasado, ni de los militares, ni … El pasado nos condena.
Podemos preguntarnos cómo reaccionarán empresas, sindicatos y los trabajadores individualmente frente a este nuevo escenario que enfrentamos de tendencia a la estabilidad. Si todos esperan que la inflación retorne a la vuelta de la esquina, entonces reclamarán que se mantengan los acuerdos colectivos centralizados que les permitirán quizás mantener sus ingresos reales o ganar algo. Es un ticket para el fracaso, porque probablemente no lograrán mantener ingresos reales (ni productividad), y la inflación retornará.
Si en cambio la estabilidad perdura, y en algún momento la Argentina ingresa a un escenario de inflación baja permanente (digamos un dígito bajo anual) entonces el sistema de negociación colectiva actual entrará en crisis. Ya no bastará con que el Ejecutivo no homologue convenios cercanos pero inferiores a la inflación. Tarde o temprano se presentará la necesidad de negociar en las empresas y establecimientos, mal que les pese a empresas adversas al conflicto y a sindicatos que no responden a sus trabajadores.
Esto no significa que los convenios por actividad o por rama o por región no puedan tener lugar, sino que en una economía abierta y estable los mecanismos de negociación deberán inevitablemente adaptarse para hacerlos parte de un engranaje diferente. Ello requiere mecanismos diferentes y actores que se adapten a esas nuevas reglas. ¿Quiénes serán los empresarios que participen de activamente en este ambiente más competitivo y exigente? ¿Y quiénes los sindicalistas que se moverán bajo las nuevas reglas, más cerca de sus mandantes, un poco más lejos de los partidos políticos?
Este escenario podría parecer todavía algo lejano en el tiempo (¿un año, tres años?), pero pone en contexto las “reformas laborales” que serán necesarias para hacerlas consistentes con una economía estable, abierta y con crecimiento. Quienes procuren modelar el nuevo escenario deberán tener en cuenta la experiencia de los numerosos fracasos previos de la Argentina.
El desequilibrio macrofiscal y monetario fue sin dudas la madre del problema de la inestabilidad crónica del país. Pero las abuelas que cimentaron el fracaso fueron los desequilibrios microeconómicos que introdujimos a lo largo del tiempo en mercados de factores y productos, y nos llevaron a la “solución” de estancamiento con alta inflación, marca registrada por demasiado tiempo.