¿Europa toma las riendas? El cuarteto de líderes que quiere convertirse en la voz de Occidente en la nueva era Trump
Los gobernantes de Francia, Gran Bretaña, Alemania y Polonia están trazando un nuevo perfil para Europa, independiente de Estados Unidos y en defensa de los valores democráticos
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PARÍS.– En la vertiginosa aceleración de la historia a la que asiste el mundo en 2025, no se ha notado lo suficiente la rápida entrada en escena de un nuevo y homogéneo equipo de líderes europeos quienes, a juzgar por sus primeras acciones, se muestran determinados a contrarrestar el actual trumpismo, defender a Ucrania pero, sobre todo, preservar los valores occidentales.
Producto tal vez de un milagroso alineamiento de planetas, ese dream team, integrado por el presidente francés Emmanuel Macron, el primer ministro británico Keir Starmer, su homólogo polaco Donald Tusk y el canciller alemán Friedrich Merz, hubiera sido inimaginable hace apenas tres años, con un Reino Unido dirigido por conservadores como Theresa May o el extravagante Boris Johnson y una Alemania casi paralizada por la personalidad de Olaf Scholz.
Pero el mundo cambia. Recientemente, las imágenes de tres líderes de la Unión Europea (UE) junto a Starmer, no solo dieron testimonio del viaje a Ucrania de Merz, Macron, Tusk y el premier británico y su decisión conjunta de poner la cara por Kiev. Esa instantánea mostró al mismo tiempo hacia dónde se dirige Europa y quiénes la están guiando.
Sin necesidad de votar ni siquiera pronunciar esa palabra maldita que una gran mayoría de británicos lamenta que haya existido alguna vez, el Brexit está desapareciendo de una manera inesperada de Europa. La guerra iniciada por Rusia en el Viejo Continente y la asombrosa lealtad de Donald Trump a Vladimir Putin en detrimento de la OTAN han estrechado los lazos como nunca entre el Reino Unido y la Unión Europea.
Emmanuel Macron y Keir Starmer, líderes de las dos únicas potencias nucleares de Europa y de los dos únicos países europeos permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, han tomado legítimamente el liderazgo de una nueva Europa.
Huérfano de un padre al que había confiado su seguridad de manera irresponsable, un mundo occidental amputado de su guardián norteamericano se está reformando sin Estados Unidos para defender lo que queda de un universo al que la gran potencia transatlántica ha dejado de pertenecer. Un nuevo paso se dio el 27 de marzo en París donde, por iniciativa de Macron y Starmer, se reunieron 31 países junto al secretario general de la OTAN y las instituciones de la UE, constituyendo esta nueva Europa en sentido amplio, formada por una “coalición de países voluntarios” sin Hungría o Eslovaquia —aliadas de Trump y de Putin—, pero ampliada con Canadá y Australia.
Emmanuel Macron dio un nombre a esa escisión histórica: lo que sucede con Occidente, que se organiza en Europa para aportar una “garantía de seguridad” a Ucrania y “ganar la paz” de manera duradera sin Estados Unidos, se llama “salir del estado de minoría geopolítica. Y eso es algo bueno para el Viejo Continente”.
Decididos a “reinicializar” las relaciones de su país con la UE, Starmer y los dirigentes europeos concluyeron el 18 de mayo en Londres varios acuerdos con el fin de establecer un marco para la cooperación estratégica en los grandes asuntos actuales: Ucrania, Gaza, Líbano, conflictos regionales.
El texto más emblemático del paquete fija una asociación de defensa y seguridad. Una condición necesaria para que el Reino Unido pueda participar en el nuevo programa de desarrollo de la industria de defensa europea, llamado Safe. Ese instrumento tiene como objetivo recaudar en los mercados 150.000 millones de euros, que luego se prestarán a los Estados para realizar pedidos y desarrollar nuevos equipos en común.

Un tercer texto identifica varios asuntos en los que los dos bloques quieren avanzar rápidamente: control simplificado en las fronteras de productos alimentarios y agrícolas, movilidad de los jóvenes, facilitación de los trámites para turistas y artistas en gira, carbono en las fronteras, reconocimientos mutuos de conformidad de productos y de calificación para visas de trabajo, etc.
En esa nueva alianza queda por gestionar la famosa “relación especial” entre el Reino Unido y Estados Unidos. Una relación histórica y privilegiada, que coloca a Starmer en una posición incómoda. Por el momento, el primer ministro ha conseguido mantener el necesario equilibrio con Washington, con quien acaba de firmar un importante acuerdo de libre comercio. Eso, sin dejar dudas sobre su intención de acercarse cada vez más a Europa, aun reconociendo la imposibilidad de un retorno a la UE.
Mientras menos querido es en su país, más importante es su estatuta internacional. Emmanuel Macron buscó la corona durante su primer mandato haciendo grandes discursos sobre la necesidad de remodelar y modernizar Europa. Desde entonces fue más consciente que otros líderes europeos de la necesidad de crear nuevas estructuras de defensa, describiendo a la OTAN como en estado de “muerte cerebral”. Una prédica que no le sirvió de nada. Sobre todo con Angela Merkel, empecinada en mantener estrechos lazos con Estados Unidos y no poner en riesgo el gas que le llegaba de Moscú. Hoy, se podría decir que el presidente francés tiene su revancha. La guerra en Ucrania y el segundo mandato de Donald Trump le han dado la razón.
Alemania, el niño mimado de la OTAN por excelencia, ha llevado a cabo una verdadera revolución desde que el actual canciller Friedrich Merz pidió considerar la extensión a su país del paraguas nuclear francés o británico. Y las prioridades del jefe del gobierno alemán son claras y muy distintas de las de sus predecesores.
“Me importan los grandes vecinos al oeste y al este. Sin embargo, también prestaré atención a países medianos y pequeños”. Todo parece indicar que el nuevo canciller considera positivamente una Europa de círculos concéntricos: una integración que avanza a diferentes velocidades, entre países punteros y otros que llegan después. ¿Pretende Merz rediseñar la geometría de la UE? La idea de un eje franco-alemán conectado con Varsovia no es nueva. Pero nuevos son los equilibrios —el este tiene más relevancia— y las prioridades, que también son tres: defensa, desregulación e inmigración.
Merz dice que “dar un nuevo impulso a la amistad franco-alemana y a formatos como Weimar será importante”, empezando por la defensa. En nombre de las inversiones en ese terreno, ha cambiado el freno a la deuda. París lleva tiempo impulsando esas inversiones, de modo que Francia y Alemania han decidido fijarse ese objetivo común.
Entre los más decididos apoyos a la resistencia ucraniana está Donald Tusk, primer ministro polaco, expresidente del Consejo Europeo, pro-occidental convencido, que ha sabido dominar con inteligencia a la extrema derecha polaca del PiS, en el poder hasta su llegada en 2023.
A pesar de la amenaza que hace pesar Trump sobre el porvenir del bloque, Tusk no rompe su relación con Estados Unidos —en abril firmó una cooperación en energía nuclear—, justificada por la historia de su país. Pero al mismo tiempo es el más acérrimo enemigo de la Rusia de Vladimir Putin. Polonia, país que supo transformarse en poco tiempo en verdadera potencia militar, gastando en defensa el 5% del PBI, ha hecho hasta ahora acopio de armas norteamericanas.
Pero Tusk no confunde “necesidad estratégica” y “valores occidentales”. No es casualidad que, al día siguiente de la gira a Kiev, los tres líderes europeos hayan firmado el tratado de Nancy, que va desde la asistencia militar mutua hasta la disuasión nuclear. Merz, Macron y Tusk, con la extrema derecha de AfD, Le Pen y PiS pisándoles los talones, también comparten la utilidad de un mensaje duro sobre la inmigración.
No solo eso. Merz dice: “Debemos reducir la regulación de la UE”. Macron asegura: “Tenemos que terminar con la profusión de reglas que nos autoimponemos”, mientras Tusk invoca la “revolución de la desregulación”. El trío impulsa la idea que ya inició la presidenta del Consejo Europeo (CE), Ursula Von der Leyen, respondiendo a las demandas de las grandes empresas de reducir las restricciones que amordazan la competitividad.
¿Y si el vigésimo-octavo país de la Unión Europea se encontrara del otro lado del mar? No, no es el Reino Unido, que dejó la UE hace diez años, sino Canadá. Este mes, el instituto Abacus publicó un estudio que indica que el 44 % de los canadienses estaría a favor de la idea de unirse a la Unión Europea.
La idea resurge mientras Donald Trump amenaza con aplicar derechos de aduana estratosféricos sobre los países europeos, y con convertir a Canadá en el 51º estado de los Estados Unidos. Diferentes medios, como The Economist y el Toronto Star, han mencionado en respuesta la idea de una unión con la Unión Europea.
Hace unos meses, el Partido Conservador de Canadá lideraba las intenciones de voto, impulsado por la ola de ideas y la retórica de la derecha radical que barre el mundo. Con la victoria de Mark Carney, Canadá aparece ahora como un polo liberal en un Occidente fracturado. Gesto altamente significativo, el primer viaje al exterior del nuevo primer ministro no fue a Washington, como lo requiere la tradición: Carney viajó a París para reunirse con Emmanuel Macron.
Vínculos económicos y estratégicos profundos unen a Canadá y la UE en diferentes sectores, ya sea en defensa, comercio o clima. Con un gobierno liberal, estos vínculos se han solidificado, ofreciendo a ambas partes lo que más necesitan en esta era de imprevisibilidad transatlántica.
La cooperación entre Canadá y la Unión Europea en materia de defensa también debería aumentar. Una de las prioridades del nuevo gobierno liberal es alcanzar el objetivo del 2% del PBI en defensa, un compromiso asumido desde hace mucho tiempo por la OTAN y que las istraciones anteriores no lograron cumplir.
Esta señal de rearme no solo refleja la alineación con las expectativas de la OTAN, sino también una comprensión general de la necesidad de defensa de las democracias liberales. Ucrania, epicentro de la tormenta geopolítica en Europa, es el lugar donde este desafío es más evidente.
Canadá ha sido uno de los apoyos fieles de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, alineándose con los países europeos más comprometidos, en particular Gran Bretaña, Francia, Polonia y, cada vez más, Alemania.
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