En las calles de Teherán, los iraníes hablan de sus luchas cotidianas y de su cauta esperanza en el futuro
Las entrevistas realizadas por The Washington Post en las calles de la capital de Irán son una inusual ventana a las luchas cotidianas y problemas económicos que enfrenta la clase media urbana del país
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TEHERÁN.- A muchos habitantes de la capital iraní, los años de sanciones, de desmanejos y de corrupción estatal los obligaron a acostumbrarse a vivir con menos y a guardar sus sueños en un cajón.
Tan solo el año pasado, la moneda iraní, el rial, perdió la mitad de su valor. Las empresas iraníes, excluidas de los sistemas bancarios internacionales por las sanciones de Occidente, no consiguen ni capitales ni clientes. Y la inflación es tan alta que algunos dicen que la remarcación de los productos básicos es prácticamente diaria.
Las entrevistas realizadas por The Washington Post en las calles de Teherán son una inusual ventana a las luchas cotidianas y problemas económicos que enfrenta la clase media urbana del país, atrapada en un estado de situación que parece estancado pero estable, al menos por ahora.
Con esa realidad como telón de fondo, el mes pasado el gobierno iraní ingresó en una compleja y delicada negociación con Estados Unidos, con la esperanza de lograr un alivio de las sanciones a cambio de aceptar límites a su programa nuclear. En la quinta ronda de negociaciones, el viernes en Roma, “hubo algunos avances, pero no concluyentes”, según el mediador, el canciller de Omán, Badr al-Busaidi. Ambas partes llegaron a un punto muerto sobre el tema central: los norteamericanos están dispuestos a presionar para que haya cero enriquecimiento de material nuclear, mientras que Irán insiste en que esa postura bloquearía cualquier posibilidad de acuerdo.

Algunos interpretan la decisión del gobierno iraní de sentarse a dialogar como un síntoma de debilidad. Pero los funcionarios, analistas y ciudadanos comunes en Irán describen una realidad con más matices: la de un país ávido de cambio, pero lejos del punto de quiebre.
“La situación es complicada, pero fuimos encontrando la manera de arreglarnos”, dice Mariam, de 37 años, sentada con una amiga de la infancia en un parque bien cuidado del centro de Teherán, mientras sus hijos jugaban cerca. Ambas mujeres dicen que, en general, apoyan el sistema iraní, “por más que algunos políticos solo se preocupen por llenarse los bolsillos”, ironiza Sarah, la amiga de Mariam.
Ambas son de clase media, propietarias de sus casas, y cuando tuvieron hijos pudieron dejar de trabajar y vivir del salario de sus esposos. Dicen haberse adaptado a la inflación y demás restricciones económicas apelando a la frugalidad: los niños reciben menos juguetes y menos ropa nueva, y las vacaciones en familia son poco frecuentes.
Aunque Mariam se siente cómoda con la nueva normalidad, asegura que el país “de ninguna manera” podrá soportar las sanciones indefinidamente.
“La generación más joven es diferente a la nuestra”, dice Mariam con una leve sonrisa. “Mi esposo trabaja desde la adolescencia, pero a nuestros propios hijos les decimos que estudien, no que trabajen, y son menos resilientes que nosotros”. Cuando su hijo se alejó y ya no podía oírla, le comentó cariñosamente a su amiga que el chico estaba subiendo de peso por comer demasiado helado.
Esfandyar Batmanghelidj, CEO de la Fundación Bourse & Bazaar, un grupo de expertos con sede en Londres que monitorea la economía de Irán, dice que desde el año pasado los datos sobre el ingreso de los hogares iraníes muestra una recomposición estructural, o incluso una mejora. “Ha habido una especie de adaptación a la nueva realidad”, señala Batmanghelidj en referencia a las sanciones reimpuestas en 2018, durante el primer mandato de Trump, seguidas poco después por la pandemia de coronavirus. “El país parece estar saliendo del punto más bajo de su situación económica”.
Aunque Irán aún tiene graves problemas de ineficiencia y la mala gestión pública —recientemente, por ejemplo, hubo cortes de luz generalizados—, los datos no sugieren que el país esté “al borde del colapso económico”, apunta Batmanghelidj.
Desde su regreso a la presidencia, Trump endureció las sanciones contra Irán, apuntando principalmente a personas y entidades involucradas en la exportación de petróleo a China. Sin embargo, desde la reanudación de las conversaciones con Estados Unidos, el valor del rial se ha recuperado levemente.

Pero por más que Irán no esté atravesando una crisis económica incontrolable, su gobierno igual tiene importantes motivos para buscar un alivio de las sanciones, señala Batmanghelidj. Cuando los iraníes miran las deslumbrantes ciudades de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita en la otra orilla del Golfo Pérsico, “tienen la sensación de que los están dejando atrás”.
Los funcionarios iraníes recalcan insistentemente que la campaña de máxima presión de Washington no ha logrado doblegar al país.
“Han aceptado que en ciertas áreas Irán es un país poderoso, y por eso se han sentado a negociar con nosotros”, declaró el exjefe de la agencia atómica iraní, Fereydoon Abbasi, en una entrevista con un medio de comunicación iraní. “Si fuéramos un país débil, sin duda nos atacarían”. Pero incluso los iraníes que apoyan las conversaciones hablan de ellas con hartazgo, un fuerte contraste con el optimismo nacional previo al primer acuerdo nuclear, al que llegaron con el gobierno de Obama. En 2015, cuando se firmó aquel acuerdo, los vecinos de Teherán bailaban en las calles.
Algunos atribuyen la actual falta de entusiasmo a una desilusión generalizada con el régimen iraní, que para muchos se endureció después de la violenta represión de las fuerzas de seguridad contra las protestas que se registraron a nivel nacional en 2023. Otros tienen una visión negativa de Trump, quien retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear de la era Obama y en 2020 ordenó el asesinato de Qasem Soleimani, el comandante militar más popular y conocido del país.
“Después de que Trump mandó matar a Soleimani, por supuesto que la confianza quedó rota”, dice una mujer mientras hace las compras en una feria del norte de Teherán. “Nuestros mártires son muy importantes para nosotros”, dice, y hace una pausa para elegir sus palabras. “Los amamos de verdad”. Los retratos de líderes políticos y militares caídos están presentes por todo Teherán, y el rostro de Soleimani sigue siendo uno de los más prominentes: está en edificios públicos, en bloques de departamentos residenciales y en puentes sobre las autopistas.
Al igual que otros partidarios del régimen, la mujer dice apoyar las conversaciones con Estados Unidos, pero no se hace ilusiones. “Veremos…”, dice encogiéndose de hombros.
Muchos iraníes son menos indulgentes con el régimen, incluso en la relativa burbuja de Teherán, que recibe más recursos del gobierno que otras partes del país. En un exclusivo centro comercial lleno de joyerías, boutiques de ropa importada e imitaciones de zapatos de diseño, Nirvana, de 44 años, dice que la mala situación económica la había obligado a replantearse su futuro.
“Antes quería casarme, pero ahora veo a mis amigos y lo difícil que les resulta salir adelante”, comenta Nirvana. El precio de los alquileres en Teherán se disparó, y el sueldo de la gente no crece al mismo ritmo. “Conviene quedarse en casa de los padres”.
En un local cercano, propiedad de Sahriar, de 46 años, y su esposa, Bahar, de 43, la pareja comenta que decidieron no tener hijos por la falta de oportunidades económicas. “Acá los chicos no tienen futuro”, apunta Sahriar.
Si la situación no mejora pronto, dice Sahriar, es solo cuestión de meses hasta que ya no pueda pagar el alquiler del local. Aunque los centros comerciales de la ciudad parecen muy concurridos, la mayoría de la gente solo va a pasear, señala el comerciante, y son muy pocos los que compran algo.
La falta de poder adquisitivo también es evidente en la sección de alfombras del Gran Bazar de Teherán: locales repletos de alfombras de piso a techo, y ni un cliente en su interior.
“Mi esposa es maestra. Antes, con el sueldo de maestro se podía ahorrar para comprar una buena alfombra, pero ahora ahorrar es imposible”, apunta Mustafa, de 41 años, que trabaja en el bazar como una especie de asistente de compras personal, que orienta a los potenciales compradores hacia los locales adecuadas. “Todo el dinero que ganamos alcanza para lo esencial y nada más”, dice el hombre.
Mustafa se pregunta si su gobierno desconocen la situación de personas como él o si simplemente no les importa. Dice que su frustración es tan grande que espera que las conversaciones nucleares fracasen y aceleren la caída del régimen.
“Espero que el gobierno sea derrocado”, dice Mustafa, y reconoce que ese escenario probablemente sería caótico y violento. “Todo tiene su precio, y yo estoy dispuesto a que me destruyan si eso significa que las futuras generaciones tendrán la chance de ser felices”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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