La extraña coincidencia que reunió en la misma ciudad a cinco hombres que luego cambiarían la historia
En pleno clima de efervescencia cultural, política, económica e industrial, Viena, la capital del imperio austro-húngaro, fue en 1913 el hogar de cinco personalidades claves en la Historia, desde Adolf Hitler a Sigmund Freud
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El dictador soviético Iosif Stalin mandó a matar en 1940 al revolucionario Leon Trotsky, y luego intentó varias veces eliminar al líder yugoslavo Josip Broz Tito. Por su parte Adolf Hitler allanó en 1938 la casa del médico judío Sigmund Freud, quien salvó su vida exiliándose en Londres. Pero sus hermanas no tuvieron la misma suerte y murieron en campos de concentración.
Y sin embargo hubo un año, 1913, en el que en una rara coincidencia histórica estos cinco hombres claves del siglo XX -menos Freud, el resto simples desconocidos en aquel momento-, vivieron en una misma ciudad, Viena, a poca distancia el uno del otro, quizás cruzándose por las calles de lo que entonces era la capital del Imperio Austro-Húngaro, la tercera ciudad más importante del continente después de Londres y París, que vivía un clima de efervescencia cultural, política, económica e industrial.

Aquel imperio de quince naciones y 50 millones de habitantes, tenía casi dos millones de personas en su capital, y apenas la mitad eran nativos. Una cuarta parte de los foráneos provenía de Bohemia (ahora el oeste de la República Checa) y Moravia (actualmente el este de la República Checa), de modo que en las calles el checo se hablaba junto con el alemán.
El famoso psicoanalista Bruno Bettelheim (1903-1990) definió así la agitación que vivía Viena en aquellos años previos a la Primera Guerra: “las cosas nunca habían estado mejor, pero al mismo tiempo nunca habían estado peor. Creo que esta extraña simultaneidad explica por qué el psicoanálisis freudiano, basado en la comprensión de la ambivalencia, la histeria y la neurosis, nació en Viena y probablemente no podría haberse originado en ningún otro lugar”.
El historiador canadiense Jesse Alexander, especializado en historia europea de comienzos del siglo XX, que en Viena es investigador principal del sitio Tiempos Históricos, habló en una entrevista con LA NACION sobre ese clima de principios del siglo pasado. “Había un gran debate sobre la defensa del idioma alemán, el nacionalismo y la identidad nacional. De todas maneras, casi ningún austro-húngaro hubiera podido imaginar que su imperio iba a dejar de existir en cinco años. Había una estabilidad proporcionada por las instituciones del estado: la monarquía, la persona del emperador Francisco José I, y el Ejército, gozaban de gran prestigio en la sociedad”, dijo.