
Un pastor para la Iglesia y para el mundo: León XIV vino a demostrar que la tradición y la apertura no se contradicen
Prevost continuará las bases de la doctrina social de la Iglesia
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La mirada del mundo se detuvo durante dos días en una chimenea y luego en un balcón. A pesar de las innumerables especulaciones sobre quién sería el próximo papa, si continuaría las reformas de la Iglesia impulsadas por Francisco o si pondría un freno a ellas, si los cardenales considerarían el frágil equilibrio del mundo o priorizarían los asuntos eclesiales, a ciencia cierta nadie sabía quién sería el nuevo papa.
Todos tuvimos la impresión de estar asistiendo a una imagen del futuro. León XIV, desde la Loggia delle Benedizioni, deseó la paz a quienes se encontraban en la Plaza de San Pedro y al mundo entero. Se mostró como pastor de la Iglesia y ofreció la paz como un don esencial del evangelio para la humanidad: “también yo quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, llegara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”.
Los cardenales encontraron al sucesor de Pedro: un hombre sobrio, humilde, espiritual, sereno, firme, decidido y plenamente consciente del rol que asume. León es un misionero americano y latinoamericano, políglota, conocedor de los caminos de tierra y de los pasillos del Vaticano, capaz de comprender tanto los problemas del mundo como los desafíos internos de la Iglesia. Francisco lo llamó al Vaticano y lo creó cardenal en 2023. Los cardenales encontraron en él el pastor adecuado para el tiempo presente y en su persona se reunieron los votos de al menos 90 cardenales —de un total de 133— requeridos por el derecho canónico. Es evidente que los cardenales vieron en él el signo de la unidad y de la comunión.
León es el sucesor de Pedro y de Francisco. Encarnará la continuidad en las transformaciones que la Iglesia ha vivido durante más de un siglo y también en la voluntad de mostrar el rostro humano de la Iglesia. El papel de las mujeres en la Iglesia, las resistencias a las reformas económicas, las discusiones sobre la distribución de la autoridad en la Iglesia o el crecimiento de la Iglesia en África y Asia serán seguramente parte principal de su agenda.
Su nombre muestra que tradición y apertura no se contradicen. El último Papa que llevó ese nombre asumió el pontificado hace casi 150 años. León XIII (1878-1903) quien debió enfrentar los enormes desafíos de su tiempo. Tras la unificación italiana y la pérdida de los Estados Pontificios, debió dialogar con los nuevos estados nacionales, desde una posición más vulnerable, lidiar con los desafíos del colonialismo y responder desde la fe cristiana a los planteos de la Revolución Industrial y sus consecuencias laborales y sociales, temas a primera vista más allá de las competencias inmediatas de aquella Iglesia. Su encíclica Rerum Novarum (1891) fue un documento vanguardista para un Papa del siglo XIX sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia.

Un camino continuado durante el siglo XX, en particular por el papa San Juan XXIII (1958-1963) quien encarnó de manera luminosa su vocación global al convocar el Concilio Vaticano II (1962-1965)—un acontecimiento de alcance planetario— y publicar Pacem in terris (1963), dirigida “a todos los hombres de buena voluntad” en plena Guerra Fría, situando a la Iglesia como voz para la humanidad entera en cuestiones de paz, derechos humanos y dignidad de la persona. Fue ese Concilio el que proclamó en Gaudium et spes (1965) que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. El papa Francisco, en su Evangelii Gaudium (2013), puso en el centro de su pontificado aquella máxima conciliar: “La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
En 2025, nos encontramos en una época marcada por grandes transformaciones. A pesar de la creciente conciencia global y la interdependencia que ha definido las últimas décadas, somos testigos de un resurgimiento de los nacionalismos. Muchos países se repliegan en sí mismos, levantando barreras y temiendo todo lo que consideran ajeno o diferente. Al igual que aquel León del siglo XIX, este nuevo León post-Francisco busca tender puentes de unidad, fraternidad y humanidad, inspirándose en el mensaje del Evangelio. En un momento en que Europa se ve debilitada por las secuelas de la guerra en Ucrania, por decisiones de Estados Unidos que desconciertan a sus aliados europeos y alteran las relaciones con China, los cardenales eligieron no a un líder europeo, sino a un papa nacido en Chicago, misionero en el Perú, y con una profunda conciencia y experiencia multicultural en el corazón de Europa.
EL autor es historiador, politólogo y teólogo, docente en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en la Universidad de Friburgo (Alemania)
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