La película del australiano Adam Elliot fue premiada en el Festival de Annecy y nominada para un Oscar y un Globo de Oro. Ideal para amantes de los mundos melancólicos de Tim Burton.
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Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, Australia/2024). Dirección y guion: Adam Elliot. Cámara: Gerald Thompson. Edición: Bill Murphy. Supervisión de animación: John Lewis. Calificación: apta para mayores de 13 años. Duración: 95 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Memorias de un caracol llega a los cines argentinos con avales muy importantes: esta película de animación en stop-motion para adultos fue nominada para los Oscar y los Globos de Oro, premiada en el prestigioso Festival de Annecy y celebrada con entusiasmo por la crítica en todo el mundo. Es indudablemente una ratificación muy clara del talento y la identidad autoral de Adam Elliot, realizador australiano que ganó un Oscar en 2003 con el corto Harvie Krumpet.
Elliot suele enfocarse en personajes frágiles y solitarios que destilan ternura y un humor muy ácido. La protagonista de Memorias de un caracol, una de sus obras más sólidas, es Grace Pudel, quien encarna a la perfección esa sensibilidad tan propia de su cine: una chica introvertida y obsesionada con los caracoles que reconstruye su vida a partir de recuerdos que son tanto refugio como síntoma de su aislamiento.
A través de una fluida estructura narrativa que alterna pasado y presente, la película va desentrañando la infancia de la protagonista, marcada por la pérdida y la separación de su hermano gemelo, Gilbert, un vínculo que se convierte en el eje emocional del largometraje.
Lo notable es que Elliot logra contar esta historia tan emotiva sin caer en el sentimentalismo que suele caracterizar a este tipo de relatos. Nos dice sin cortapisas que ante el desamparo la alternativa más aconsejable es la resiliencia, pero lo expresa sin golpes bajos, a través de un humor sutil que emerge en los momentos más inesperados y una estética visual inconfundible: personajes de formas angulosas, colores apagados y una textura que alude a las imperfecciones de la vida misma. La banda sonora delicada y minimalista de Elena Kats-Chernin refuerza la sensación de nostalgia sin apelar al subrayado.
Los que ya conozcan la obra de este director podrán notar con claridad el diálogo que Memorias de un caracol entabla con otras obras del director, en particular con Mary and Max (2009), una entrañable historia sobre la amistad epistolar entre una niña australiana y un hombre con síndrome de Asperger. En las dos películas, la incomunicación y el anhelo de conexión son ejes fundamentales.
Elliot ha revelado en más de una entrevista que el film tiene mucho de autobiográfico (de hecho está ambientado en los años 70, la época de la infancia del cineasta). También que el universo de Memorias de un caracol refleja la influencia de un artista que notoriamente ha sido muy importante para él, Tim Burton, otro gran especialista en mundos macabros y melancólicos. Las historias que cuenta nunca son fáciles de digerir: “Siempre he dicho que si no estás hecho un desastre emocional al final de una de mis películas, he fracasado -ha declarado hace poco-. Trato de tocar todos los nervios del público para que la gente salga del cine conmovida. Ese siempre ha sido mi principal objetivo”.
Es muy importante el elenco de voces, fundamental para acentuar el peso dramático de la historia. Sarah Snook, reconocida internacionalmente por su papel en Succession, le aporta matices de vulnerabilidad y fortaleza a Grace; Kodi Smit-Mhee equilibra con delicadeza la inocencia y la amargura de Gilbert; y Jacki Weaver encuentra un tono muy apropiado para Pinky, una anciana excéntrica que se convierte en un inesperado sostén emocional de la protagonista y dota a la película de un aire de ternura descontracturada que contrasta con la tristeza que la atraviesa.
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