Premiada en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse, la ópera prima de Matías Ferreyra sostiene con buenos recursos un clima denso e inquietante
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Una casa con dos perros (Argentina/2025). Dirección y guion: Matías Ferreyra. Fotografía: Nadir Medina. Edición: Sebastián Schjaer, Julieta Seco. Elenco: Simón Boquite Bernal, Vanina Bonelli, Florencia Coll, Magdalena Combes, Carla Dogliani, Maximiliano Gallo, Ariel Martinez, Abigail Piñeiro, Emilio Siber. Duración: 98 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
Ya pasaron casi veinticinco años de la profunda crisis económica que sufrió la Argentina en 2001, pero no es seguro que esa herida esté definitivamente cicatrizada. Aquel desastre económico agudizó o muchas veces provocó, entre otras cosas, procesos de desintegración familiar que afectaron a mucha gente y cuyos ecos todavía resuenan.
El telón de fondo de Una casa con dos perros es ese: una época difícil, cargada de tensiones y en la que la sensación cotidiana de naufragio terminó por astillar a más de un sector de la sociedad argentina. En este caso, el foco es un matrimonio con tres hijos obligados a experimentar una niñez ostensiblemente perturbada por ese entorno hostil y la perspectiva agobiante de un horizonte cubierto por densos nubarrones.
Nora (Florencia Coll) y Héctor (Maximiliano Gallo) llegan con la moral baja y pocas ganas a refugiarse en la casa de la abuela materna, La Tati (Magdalena Combes Tillard), que vive con también con un hijo varón desempleado.
El lugar no da para que todos estén cómodos, pero además la dueña de casa evidencia muy pronto algunos desórdenes psicológicos que complican más el panorama. Sin embargo, será ella la que logra tejer una relación de ligera e inestable complicidad con Manuel (Simón Boquite Bernal), el chico que, al menos a primera vista, parece más sensibilizado por una situación anómala, de constante tirantez, sin momentos de contención ni calidez.
Ferreyra trabaja muy bien el clima asfixiante de esa “casa tomada” (la alusión al célebre cuento de Julio Cortázar es pertinente por más de una razón), matiza el naturalismo que domina la historia con algunas pinceladas de misterio que sobrecargan todavía más una atmósfera de por sí pesada e introduce de a poco en el argumento una línea sobrenatural que encaja muy bien.
Manuel es el único que entiende a La Tati o que al menos hace un esfuerzo por acercarse a ella, en lugar de verla como un estorbo. Son los dos “raros” de una familia atravesada por la angustia que tiene como módica meta central la supervivencia.
Todo el elenco -adultos y niños, protagonistas y secundarios- funciona a la perfección en el esquema de la película. Una casa con dos perros se afirma en un nivel muy parejo de actuaciones que sostienen con gran convicción un relato de disputas simbólicas y territoriales, constantes fricciones, sociedades transitorias, forzosas resistencias y pequeñas rebeliones.
“Construí la película a partir de ciertas desviaciones que evidencian la fragilidad de la estructura familiar y de algunas lealtades invisibles. En esta historia, lo particular se presenta como una trinchera desde donde resistir”, ha explicado Matías Ferreyra sobre su debut en la dirección.
El trabajo con el sonido (responsabilidad de Atilio Sánchez ) y la sugestiva música compuesta por Joaquín Sánchez y Juan Ignacio Espinosa son también pilares firmes de una ópera prima muy sólida, premiada este año por la Federación Internacional de Críticos de Cine (FIPRESCI) en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse e incluida en la Competencia Oficial del último Bafici, que además consolida la potencia del cine producido en Córdoba, una provincia que lleva ya casi veinte años de apuesta al fomento con fondos públicos al sector audiovisual y, como contraparte al discurso amorfo de un INCAA paralizado, exhibe indiscutibles buenos resultados. Con fallas y tropiezos, sí, pero también dando pruebas evidentes de que la producción de cine no es ni un gasto superfluo ni una veleidad de privilegiados.
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