Con tres obras, el Ballet Estable del Teatro Colón va del clásico al contemporáneo en una deliberada búsqueda de ductilidad; se destaca el estreno de “Chacona”, del coreógrafo Goyo Montero; el Programa Mixto continuará con funciones hasta el 8 de junio
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Programa mixto. Por el Ballet Estable del Teatro Colón. Dirección: Julio Bocca. Paquita. Coreografía: Luis Ortigoza (sobre M. Petipa). Música: Delvedez-Minkus, por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Ezequiel Silberstein. Chacona. Coreografía: Goyo Montero. Música: J. S. Bach. Repositores: Carlos Lázaro y François Petit. Vestuario: Verena Hemmerlein-G. Montero. Iluminación: Nicolás Fischtel-G. Montero. Por vos muero. Coreografía: Nacho Duato. Música: compositores hispanos (ss. XV y XVI). Grabación con dirección: Jordi Savall. Repositora: África Guzmán. Vestuario: N. Duato e Ismael Aznar. Próximas funciones: viernes 30 y sábado 31 de mayo, y del martes 3 al sábado 7 de junio, a las 20; domingos 1° y 8, a las 17.
Nuestra opinión: Muy bueno
En 1996, el coreógrafo valenciano Nacho Duato (1957) creó Por vos muero para la Compañía Nacional de Danza de España, y con esa agrupación, pocos años después, la trajo a Buenos Aires, al Teatro San Martín. En 2016, finalmente, la obra pasó a integrar el repertorio del Ballet Estable del Teatro Colón. Ahora, con la reposición de esta emblemática pieza que ha recorrido varios continentes, la compañía oficial cierra el segundo programa de la temporada con ostensibles síntomas de renovación, tanto en la conformación del elenco como en la orientación que le imprime Julio Bocca, su nuevo conductor.
El programa, concebido con un encomiable criterio de diversidad, se abre con Paquita, un clásico de repertorio creado por Joseph Mazilier y que conoció múltiples transformaciones, desde su estreno en la Ópera le Peletier por el Ballet del Teatro de la Ópera de París en 1846. Adaptada por Marius Petipa cuando acababa de llegar a Rusia (fue su primer trabajo de composición, cuando todavía bailaba), incorporó temas musicales de Ludwig Minkus. La complejidad de su trama, sin embargo, indujo a extraer autónomamente los pasajes más atractivos para los balletómanos y de mayor exigencia para los intérpretes. Ahora, en su formato de suite, renace en una atinada versión del argentino Luis Ortigoza.

Ya de entrada, una formación de dieciséis bailarines encolumnados en hileras prenuncia una deliberada presencia masculina no habitual, con la que el coreógrafo apunta a asignarle a ese sector un desafío a la par de las mujeres. Lo logra parcialmente, en parte porque las intervenciones de los hombres en la coreografía no son centrales, y porque el sector de varones acusa algunos desajustes, en confrontación con el impecable desempeño del cuerpo de baile femenino.
Irrumpe Paquita, íntegramente de rojo, en contraste con el resto del elenco, que luce tonalidades claras. Sobreviene el primer dúo con quien se supone que en el ya desestimado argumento original era su amado primo, el oficial Lucien d’Hervilly. Ayelén Sánchez corporiza con gracia a la inquieta heroína, mientras que Facundo Luqui (su partenaire en el estreno) la sostiene con autoridad en dúos de clásicos arrojos y firmes portés.
Como en la reducción del grand pas de Don Quijote (obra posterior en la que Minkus retomará algunas frases sonoramente reconocibles, aquí ejecutadas con precisión por la Filarmónica, con la batuta de Ezequiel Silberstein), se sucederán las variaciones, entre las que sobresale el leve encanto de Milagros Niveyro, en uno de los escasos tramos líricos de la pieza. En las numerosas entradas que siguen se lucen Rocío Agüero, Lola Mugica y quien será Paquita en próximas funciones, la joven Mora Cao.
Ayelén Sánchez ejecuta sin esfuerzo los esperables fouettés del grand pas, mientras que Luqui luce su espigada figura en las infaltables pirouettes, que el público celebra, como es habitual, en esta pieza -ya un tanto vetusta- proclive a las trivialidades del puro ejercicio académico.
Alardes geométricos
Ocho parejas alineadas transversalmente en la escena inician la Chacona que el español Goyo Montero concibió en 2003 sobre la Segunda Partita para violín solo, de Bach. Con la conocida partitura, aquí ejecutada en vivo con sobrada solvencia por Rafael Marrero (violín), Miguel de Olaso (guitarra) y Fernanda Morello (piano), se despliegan infrecuentes módulos escénicos delimitados por una iluminación irablemente precisa. En un lenguaje a mitad de camino entre el neoclásico y el contemporáneo, Montero construye una pieza coral que se apoya en figuras geométricas que van cambiando los centros de la acción, a una velocidad (tan del gusto del director de la compañía) que desafía a los intérpretes a una precisión milimétrica.

Por esa razón -dicho sea de paso- a muchos de esos diseños geométricos (muy en consonancia con Bach) conviene verlos desde ubicaciones altas (palcos), sobre todo cuando los cuerpos yacen a ras del piso. Esta Chacona promueve una ardiente gestualidad, con un grado de abstracción consecuente con la estética bachiana. Su incorporación al repertorio del Estable es un acierto.
En el final, y con la esmerada reposición de África Guzmán, la pieza de Nacho Duato vuelve a deleitar con ese clima que oscila entre dos épocas: personajes que sugieren sobriamente un ambiente de corte avanzan en parejas a paso solemne, pero con raptos gestuales de la actualidad. Danzas galantes se suceden en una serie de escenas, sombrías o alegres, en tríos, dúos y sextetos, signados por el espléndido estilo y complejidad de movimiento de uno de los grandes creadores del siglo XX. Es particularmente atractivo el sexteto femenino en tonos oscuros con las máscaras, contrastado por el sexteto masculino de la “danza de los incensarios”, cuyos efluvios reales llegan sensorialmente a la platea.
“Por vos tengo vida, / por vos he de morir / y por vos muero”, sentencia el final del soneto de Garcilaso (que recita en off la voz de Miguel Bosé), cuyo último verso da título a la pieza. Duato entabla así un puente de radiante equilibrio entre una iconografía afín al Siglo de Oro español con el pulso y la técnica de la danza contemporánea, en una inefable simbiosis.
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