
Maguy Marin: danza con compromiso
La coreógrafa sa regresa a Buenos Aires para ofrecer pasado mañana su nueva pieza en el Teatro Colón. Con "Los aplausos no se comen" intenta un alegato político
Un espectáculo que vino de Francia en 1990 impactó al público argentino por su ascetismo y su densidad. Con el título de "May B", se apoyaba en textos e ideas de Samuel Beckett. Su autora, la entonces joven coreógrafa Maguy Marin, dejó una impresión imborrable. Con su nueva pieza "Los aplausos no se comen" la artista sa, que viene cumpliendo una gira latinoamericana, llegará esta tarde a Buenos Aires para presentarse el domingo en el Teatro Colón. Hace unos días, apenas aterrizó en Montevideo procedente de San Pablo, LA NACION conversó telefónicamente con ella.
Raíces hispánicas
En 1981, Maguy Marin se instaló con su compañía en la Maison des Arts de Créteil, área periférica de París al final de una de las líneas de "métro", y allí desplegó una sostenida producción coreográfica. Hasta que en 1998 optó por un paisaje más áspero y más alejado de los centros de producción cultural consagrados: se trasladó a Rilleux-La-Pape, en la periferia de Lyon. Respondió así a una convocatoria comunal dirigida a empresarios, profesionales y artistas, tendiente a cambiar el clima inquietante que imperaba en la zona.
"En realidad, en Créteil ya estaba un poco alejada -observa Maguy-, pero Rillieux-La-Pape es distinto. Había un proyecto político-cultural para con esa región en la que vive mucha gente con dificultades, sin trabajo, con violencia. El alcalde quería hacer algo y así nació esa idea de transformación, incluso arquitectónica, para lograr que este barrio, cerrado en sí mismo y al que la gente no se animaba a entrar, se abriera. Había jóvenes que inspiraban temor y circulaba droga."
Desde hace cinco años, pues, Maguy y su gente ensayan y crean en el espacio que la comuna les ha asignado allí y cumplen una tarea de auténtica proyección social: mantienen un o semanal con las escuelas públicas y también con las madres de los alumnos. La última de sus coreografías, "Los aplausos no se comen", gestada en 2002 en el reducto de la periferia lyonesa, se presentó con gran repercusión en la edición de este año de la Bienal de Danza de Val-de-Marne, en el teatro Gérard Philippe, y ahora recorre América latina.
Llama la atención que en la vasta producción -cerca de 40 piezas- de esta coreógrafa de 52 años se verifique una reiterada apelación a lo hispánico: "Nieblas de niño" (1978), con textos de García Lorca, o "Cante" (1980) y también un abordaje del flamenco en "Jaleo" (1983). "Es muy simple: soy hija de españoles refugiados en Francia por la Guerra Civil y mi nombre original es Margarita Marín", explica la coreógrafa, en un repentino y correctísimo castellano (hasta ahí veníamos dialogando en francés), y pronuncia su apellido con una "i" acentuada y sin la nasalización de la fonética sa. "Con "Nieblas de niño" ganamos el concurso de Bagnolet -acota- y entre ese año de 1978 y 1986 anduve frecuentando la música popular española y el cante jondo, trabajando las palmas y todo eso."
En 1991 pudimos ver, en la Maison des Arts de Créteil, una de las creaciones importantes de M.M., "Cortex", una pieza compleja que desembocaba en un alucinante desfile de irónicos esqueletos humanos, pero de material sintético. Esa obra marcó el inicio del trabajo conjunto de la coreógrafa con el compositor Denis Mariotte, responsable desde entonces de casi todas las partituras que sustentan el repertorio de la compañía. A él también pertenece la música de "Los aplausos no se comen", la cual, con ese significativo título que alude a requerimientos básicos de la gente, rastrea en la condición de los pueblos latinoamericanos.
"No hay ningún rasgo "típico" en esta música -advierte Maguy-. No tiene nada que ver con los ritmos regionales." La coreógrafa evitó, también, los trazos pintoresquistas en lo visual: "No hay ponchos ni sombreros -puntualiza-. El vestuario es contemporáneo, pero neutro, camisa y pantalón, ropa de calle. Como toque "vivo" hay una cortina que rodea el escenario; son como flecos de colores que permiten que la gente entre y salga, en un espacio amplio. Esta cortina es como una frontera, pero no rígida, porque deja visualizar el espacio del fondo".
Tampoco hay concesiones a los aspectos festivos de estos pueblos en los que, genéricamente, se inspira la obra; antes bien se focalizan los movimientos de protesta ante las opresiones que se han vivido (y se viven) en distintas latitudes. "Es una pieza bastante dura -anticipa M.M.-. Hace tiempo que presto atención a América latina; he tenido muchos bailarines chilenos (ahora hay uno solo) y también mexicanos y argentinos. Al trabajar sobre este continente lo que salió con más fuerza es eso de... bueno, lo contrario de lo que imagina la gente, que es un universo sonriente, con música y colores. Reconozco que de alegría hay poco en esta obra. Es que hay otra parte, menos alegre, en este continente explotado desde hace 500 años, desde el descubrimiento, primero por España y después por los Estados Unidos. Y cada vez que aparece un gobierno un poco de izquierda que quiere darle a la gente un cierto nivel de vida sobreviene no sólo la sublevación militar; en los últimos 20 años hubo también una presión financiera externa de un sistema neoliberal que crea una situación dependiente, sostenida por las clases dominantes de cada país."
Movimientos actuales
Acerca de la danza contemporánea que se hace hoy en el mundo, Maguy Marin tiene sus elecciones, pero prefiere no particularizar en los aportes puntuales de tal o cual creador. "No propongo nombres porque después relacionan con ellos lo que tú haces -se cubre-. Me gustan, en general, los que están trabajando sobre el cuerpo, con un criterio basado en lo que se está viviendo hoy y con la idea de desestructurar ciertas represiones autoinducidas. En Bélgica y en Francia hay movimientos de coreógrafos que exploran en las artes plásticas y salen de los escenarios para trabajar en lugares que no están hechos para una representación."
Respeta y valora los aportes de, por ejemplo, su colega belga Teresa de Keerschmaeker, que también inducen a la liberación corporal, pero en un plano más formal o académico. Maguy apunta otra cosa: "Ese desplazamiento de los cuerpos en espacios inesperados me gusta más, porque sacude la visión habitual de la gente. Y también hay quienes trabajan en salas teatrales convencionales, como un director de teatro, en Francia, que se llama François Tanguy. Siempre con esa nueva visión del cuerpo, que es el lugar en el que sin guerras, sino subrepticiamente, se inserta hoy la máxima represión. Se da por una velada parálisis a través de la televisión y de otros mensajes sutiles, que induce a que los cuerpos se autosometan, ellos mismos. Claro, no es manifiesto ni violento, como la tortura -termina diciendo Maguy Marin-, pero es una presión de poder, que tiende a que el sometimiento sea autoprovocado".
Alumna e intérprete de Maurice Béjart
Maguy Marin nació en Toulouse, Francia, en cuyo conservatorio recibió su formación básica, y se perfeccionó en París. En 1970 ingresó en la Escuela Mudra, que dirigía Maurice Béjart, y luego se incorporó a la compañía de éste, el Ballet del Siglo XX. Creó su propia compañía en 1970, el Ballet-Thé‰tre de l´Arche. Hasta el momento ha creado 37 coreografías, algunas de ellas para óperas, entre las que cabe mencionar "Evocation" (1977, Primer Premio de Nyon), "Contrastes" (1980, para el Ballet de l´Opéra de Lyon), "Cortex" (1991), "Made in " (1992, para el Nederlands Dans Theater), el solo "Soliloque" (1995, en el teatro Chaillot de París) y, entre otras, la que le valió su consagración internacional, "May B", estrenada en Angers en 1981.
"Los aplausos no se comen" ("Les applaudissements ne se mangent pas", 2002) se ofrecerá en una única función pasado mañana, a las 17, en el Teatro Colón. Las localidades, entre $ 6 y $ 30, se venden en la boletería del teatro, Tucumán 1171. Mañana, a las 20.30, ofrecerá una charla para coreógrafos y bailarines en el CETC (capacidad limitada), Viamonte 1185.