
La estirpe maldita de Berkoff
Steven Berkoff, uno de los grandes autores malditos del teatro de este siglo, llegó a Buenos Aires para recibir un premio que hoy, en el Día del Autor, le entregará Argentores.
La mención viene a cuento de su obra "Decadencia", que significó el desembarco de su dramaturgia en nuestro país. Un tipo de escritura renovadora, que impone un estilo de actuación y de dirección que se ha transformado en la obsesión de los renovadores teatrales de todo el mundo. Autor de "West", "Acapulco", "Lunch" y "Massage", entre otras obras, su figura excede, sin embargo, lo meramente dramatúrgico. Condensa en su persona espacios tan disímiles como ser un villano teatral que se opone a la tradición de la escena británica o actuar en típicos productos cinematográficos de Hollywood. Hoy, Shakespeare; mañana, Sylvester Stallone. Todo, sin contradicción alguna.
Sus sesenta vigorosos años esperan en el lobby del hotel donde se aloja. La cara seria, de expresión poco tentada a la seducción. Ojos azules, grandes, que miran de frente y se niegan, junto a su boca, a sonreír por mera formalidad. Apenas saluda, en un inglés inconfundiblemente británico. Pero lentamente entra en calor y se entusiasma con su propio discurso.
-¿Lo sorprendió que lo llamaran desde la Argentina para darle un premio como mejor autor extranjero?
-No. Me parece que es un halago que el mensaje de mis obras pueda ser traducido a otras lenguas y aceptado por otras naciones. Cuando eso sucede, se siente como un trasplante. Es el trasplante del propio corazón en otro cuerpo. Si mis obras son aceptadas en su país quiere decir que mi trabajo es saludable, pero también que la Argentina es un cuerpo saludable. Estoy feliz y muy orgulloso. No muchos autores ingleses modernos tienen tanto éxito en la Argentina.
Berkoff: "Sí, soy rebelde; ¿y qué?"
Este niño terrible del teatro europeo, a quien se lo suele comparar con el alemán Heiner Müller o con el francés Bernard Marie-Koltés, irrumpió en Buenos Aires gracias a la puesta que el director Rubén Szuchmacher realizó, en 1996, de "Decadencia". Actualmente se está ofreciendo "A la griega"(Greek), dirigida por Francisco Javier y Román Caracciolo, que esta noche tendrá una función especial, con un debate posterior junto al autor. Cuando La Nación le menciona a Berkoff, por primera vez de visita en nuestro país, la cantidad de obras presentadas en Buenos Aires señala un dato:"Me llama la atención que "Sink the Belgrano" ("Hundan al Belgrano"), sobre la Guerra de Malvinas, no se haya presentado. En realidad, supongo que hubiera tenido éxito porque es una pieza contra la guerra escrita por un inglés".
-Cuando se estrenó "Decadencia", en Buenos Aires, muchos advirtieron la similitud entre la figura casi esperpéntica de Margaret Thatcher y la de Carlos Menem. ¿La Dama de Hierro, contra quien descarga buena parte de su artillería, le sirvió para desarrollar un teatro consustanciado con lo político?
-Ella fue para mí la representación de la decadencia de los valores sociales y políticos en Inglaterra. Concentró en su figura una suerte de oportunismo anémico, una enfermedad espiritual, un desarrollo sin alma. Era como un Frankenstein.
-Más allá de "Decadencia", en sus obras la furia suele ser una constante .
-El teatro tiene que ser un espejo del conflicto existente. Pero yo no vivo para el conflicto ni lo genero, sólo lo reflejo. El dramaturgo tiene que explorar la realidad como un microscopio y ayudar al conflicto a que se exprese, que salga. Si no, se corre el riesgo de que el teatro sea sólo entretenimiento. El autor debe tener como una antena que detecta las vibraciones y que, instintivamente, cuando escribe, produce la expansión de lo que percibió. (Mientras dice esto, Berkoff no olvida ningún rasgo teatral: sus manos vibran, sus ojos explotan...)
-De acuerdo con su sismógrafo interno, ¿cómo percibe este fin de siglo?
-Estos son tiempos de desesperación para la burguesía, que intenta conservar el establishment. Entonces, el fin de siglo es como una montaña que la burguesía intenta escalar para plantar en la cima su pequeña, rota y sucia banderita. Lo que percibo es que hay un gran movimiento para reevaluar el significado que tienen los valores en la vida del hombre. Porque el capitalismo ha probado ser un agente del caos, una prostituta demoníaca. Pero existen sistemas alternativos, maneras más creativas de istrar el dinero. Creo que debemos concentrarnos en mostrar nuestra cara y decir "aquí estamos". Es nuestra gran oportunidad para no caer en la desesperación.
Su dramaturgia se distingue, entre otras cosas, por un uso singular del lenguaje, que combina poesía, incluso rimada, con maneras vulgares de expresarse. Sus personajes dicen largos monólogos en los cuales se mezcla el sentido del tiempo tradicional o traen a cuento situaciones que nunca desarrollan.
Según él, "es para romper las formas convencionales del lenguaje y mezclar diferentes tipos de culturas y estructuras. De esa forma, se produce una mélange que crea un nuevo lenguaje, otros patrones de comunicación. Estamos habituados a escuchar a los actores hablar de una manera corriente. Me parece que ése no es el camino para despertar a los espectadores. Puede estar muy bien, pero cuando se yuxtapone una forma con otra, lo inesperado se convierte estrictamente en un lenguaje, en poesía. Por ejemplo: si se hace hablar a un obrero con un lenguaje poético, se lo aleja del naturalismo. Sencillamente, porque el naturalismo es la herramienta del opresor.
-De esta forma busca quebrar la manera de comunicarse...
-En realidad, juego con las ideas y las formas. Es una forma de liberar la mente inconsciente y encontrar un desarrollo. En la ciencia se utiliza la mecánica de la combinación para investigar, ¿por qué no habría de usarla con el lenguaje? Este es un genuino recurso teatral. En cambio, el cine, especialmente el de Hollywood, se basa en la comunicación de la banalidad. Está orientado a conseguir dinero, por eso usa como arma al naturalismo. La industria cinematográfica odia cualquier cosa que te haga pensar.
Músculos y Shakespeare
A lo largo de su trayectoria como actor, Berkoff trabajó en diversos proyectos cinematográficos, como "La naranja mecánica", dirigido por Stanley Kubrick, o en los típicos productos de aventuras y acción dominados por los músculos de Van Damme o Sylvester Stallone.
-Usted reniega del cine y, sin embargo, se lo ve a menudo en producciones de Hollywood.
-No está mal usar las armas que uno tiene disponibles para desarrollarse. Con el cine doy basura, pero me da herramientas económicas que me permiten hacer mi teatro, y eso es una oportunidad fantástica. De hecho, siempre fue el cine el que subsidió mi teatro. Es más, el dinero que gané con Van Damme me permitió dirigir "Coriolano".
En sus obras, los personajes se mueven en medio de un mar de pasiones que no escapan a ningún conflicto. Hasta en "A la griega", el personaje central, un tal Eddy que posee claras referencias a Edipo, concluye reivindicando su amor por su madre. De esta forma, el teatro de Berkoff siempre ha tenido una fuerte carga de violencia.
La energía de la furia
Sin embargo, el Berkoff de carne y hueso elige otros términos para describir su producción: "Prefiero hablar de energía, quizá de una antigua furia. En mis piezas esa energía es una fuerte reacción. A veces explota de una manera tan vital que puede percibirse como violencia. Pero es mi respuesta a estos tiempos, una respuesta estética y social. Es mi impulso por despertar al público. Para hacerles el amor a los espectadores la única manera es hacerlo con fuerza, con pasión.
-¿Cuál es su relación con el teatro de su país?
-El teatro inglés ha muerto. Es como un amante muerto, como si un cadáver hiciera el amor. Allí el público no participa, apenas menea la cabeza y aplaude. El teatro de mi país expresa la muerte porque le tiene miedo a la vida. Por lo tanto, eso que parece violencia en mis obras, es -espero- lo opuesto.
_Usted es un rebelde.
-Sí, ¿y qué? Si uno busca desarrollarse, descubrir, investigar, debe ser siempre un rebelde. Los actos de rebelión son los que rompen las barreras que impone el sistema. Y mucha gente de negocios o de teatro te pone barreras en el camino porque tiene miedo de lo nuevo, la rebeldía siempre vence al statu quo.
Hay que ser rebelde hasta que a uno le llegue la muerte. En un sentido, es un deber, porque la gente rebelde es la que empuja al mundo al desarrollo de otro tipo de intereses que los de las mayorías. Da la sensación de que, si no fuese así, el mundo se detendría. Y cuando no cumplo con ese deber, cuando no escribo alguna idea en un papel y digo que lo que veo está mal, me siento terrible. Cada momento que paso en un negocio dejo de prestarle atención a la realidad. Cada vez que compro algo, me olvido de mi rebelión. Y me siento terriblemente culpable.