“Marcó una época”. Auge y caída de la galería que brilló en una esquina emblemática de Belgrano
Los hermanos Graciela y Natalio Churba reconstruyen la historia de la mítica Galería Juramento desde su origen hasta su ocaso
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“La gente venía de otros barrios a ver las vidrieras de la galería. Era todo un paseo, la salida de las vecinas”, dice Graciela Churba con una sonrisa y su hermano, Natalio, desde el otro lado del teléfono, asiente en silencio, como si el recuerdo lo envolviera también. Los hermanos hablan de la Galería Juramento, aunque nadie en Belgrano la llamó así: para todos, fue y siempre será “la Galería Churba”.
En la esquina de Cabildo y Juramento, esa galería fue más que un centro comercial y punto de encuentro: fue un símbolo de modernidad. “Cuando nuestro padre empezó con el proyecto yo tenía 8 o 9 años”, dice Natalio para comenzar a contar su historia. Ezra Churba, su padre, había nacido en Damasco, Siria, en el seno de una familia sefaradí y trajo con él no solo sus raíces, sino una visión. Su hermano menor, Alberto, 18 años más joven, fue el alma creativa. Uno tenía la mirada emprendedora; el otro, el fuego del arte y el diseño. De esa combinación —casi mágica— nació la Galería Juramento.
-¿Cómo nació la galería?
Natalio: -No soy muy bueno con las fechas, pero fue en los años 50. Fue en tiempos del peronismo, cuando todavía existía la ley de alquileres. Esa ley le daba tanto poder a los inquilinos que, en muchos casos, eran más dueños que los propietarios. En ese contexto, a mi papá se le ocurrió desarrollar algo en la esquina de Cabildo y Juramento. Pero claro, en ese lugar funcionaba una confitería muy tradicional de la época, el Modern Saloon. Era de lo más elegante, como lo fue después el Petit Café, pero incluso más lujosa. Tenía detalles increíbles, hasta una orquesta de señoritas. Era un clásico del barrio, un punto de encuentro, porque esa esquina ya era un ícono en Belgrano.

-¿Cómo lograron comprar el lugar?
Natalio: -Los dueños de la confitería, que eran tres, en realidad eran inquilinos: alquilaban el local. Me acuerdo hasta hoy del apellido de dos de ellos: San Román y Parrando. Como en esa época los inquilinos tenían mucho poder sobre las propiedades, mi papá tuvo que negociar directamente con ellos.
-¿Y cómo fue la negociación?
Natalio: -La operación fue bastante particular. No recuerdo qué moneda circulaba entonces, si pesos moneda nacional u otra, pero se acordó un total de 8 millones: 2 para los dueños del inmueble y 6 para los inquilinos. Así era la situación: el inquilino valía más que el propietario. En un principio, se había acordado que se compraba la llave del negocio, es decir, todo lo que había adentro: mesas, piano, vajilla, platería... Eso justificaba el precio. Pero los inquilinos dudaban, estaban muy apegados al lugar. Y la verdad es que mi viejo no quería nada de eso. Él solo quería el terreno. En un momento les dijo: “Miren, les regalo todo lo que hay adentro”. Y ellos, sorprendidos, le contestaron: “¿Cómo que nos lo regala, si eso es lo que está pagando?”. Y él les respondió: “Sí, pero no lo quiero”. Ahí entendieron que la verdadera operación era por el espacio, no por el contenido. Y cerraron el trato. Al final, papá pagó por cosas que terminó dejándoles de regalo.

-¿Cómo se le ocurrió a su padre construir la galería?
Natalio: -Fue en una época anterior a los shoppings o malls, cuando empezaron a construirse varias galerías en Belgrano. En ese tiempo aparecieron la Galería Río de la Plata, la Río de Janeiro… Y antes de eso, la única que existía era la Galería Belgrano, sobre Cabildo, entre Pampa y José Hernández. Era una forma práctica de aprovechar el espacio: más locales en menos metros cuadrados. La Galería Juramento llegó a tener 96 locales y en el piso de arriba 26 oficinas.
-¿Qué dimensiones tenía el terreno donde construyeron la galería?
Natalio: -Era grande: tenía 20 metros sobre Cabildo y 50 sobre Juramento.

-¿Tuvieron que enfrentar alguna restricción para construir?
Natalio: -Sí, una bastante importante. Había una ley muy antigua, de principios de 1900, que prohibía construir en los primeros 10 metros desde la línea municipal, porque se pensaba ensanchar Juramento. Si te fijás, desde Barrancas hasta Cabildo, Juramento es más ancha. La idea era continuar con ese ancho. Entonces, quedaba una franja de 10 por 50 metros donde no se podía construir, y otra igual donde sí se permitía levantar altura. Con esas condiciones se diseñó la galería. Y así empezó todo. Se construyeron dos pisos de galería y en la otra mitad del terreno, un edificio nuevo. En total, fueron 96 locales y, más adelante, 26 oficinas en el piso de arriba. En el primer piso estaba el local de mi tío Alberto. Él se quedó con la esquina, con su CH Centro de Arte y Estudio. Era un local de 5 metros por 10, todo vidriado. Y cuando se construyeron las oficinas, se adueñó de todo el piso superior: hizo el local más grande.

-¿Quiénes fueron los arquitectos?
Natalio: -Un quinteto que se llamaba Amaya, Devoto, Lanusse, Martín y Pieres. Pero mi tío Alberto colaboró mucho en el criterio estético. Fue él, por ejemplo, quien tuvo la idea de los parasoles, que eran algo maravilloso. Después había un mural en la entrada todo en mármol, muy lindo que también fue su idea.
-¿Que recuerdan la inauguración?
Graciela: -Poco. Creo que fue en el 59. Tardaron aproximadamente tres años en construir la galería. Fue algo muy innovador para su época.

-La galería tenía una construcción particular, con desniveles y rampas. ¿Cómo se planeó esa edificación?
Natalio: -La galería tenía dos pisos de locales, un piso de CH y dos pisos de oficinas. También dos pisos de locales para abajo, de subsuelo. Uno no se daba cuenta porque eran rampas que se hicieron para aprovechar el declive natural del terreno haciendo toda la circunferencia. Fue algo muy innovador para la época. Un criterio similar, tiempo después, se construyó Museo Guggenheim que tiene la misma disposición, rampado.
Graciela: -Con las rampas se lograba que uno circule sin darse cuenta que subía o bajaba. Aparte tenía unas escaleras que iban uniendo un pasillo con el otro muy muy suaves, unos escalones grandes que eran de poca alzada. Todos los años venían grupos de estudiantes de la facultad de arquitectura para analizar la obra.
-¿Quiénes fueron los primeros inquilinos?
Natalio: -Muchos de los que alquilaron locales ahí después se hicieron conocidos. Por ejemplo, “La Toldería de la Griega" donde se vestían todas las chicas jóvenes. También había una galería de arte, una joyería de diseño… Al poco tiempo se instaló en el primer piso “Credibono”, una financiera donde siempre había fila de gente. “González González”, la marca de ropa de hombre, nació ahí también.
Graciela: La galería se convirtió en un punto de encuentro: al principio venía gente grande, del barrio, y con el tiempo se volvió un lugar muy frecuentado por los jóvenes. Marcó una época.
–¿Cómo pasó de ser una galería distinguida a convertirse en un espacio más informal y rockero?
Natalio: –Fue a fines del siglo pasado, la imagen lujosa que tenía la galería empezó a cambiar. Fue bajando ese perfil elegante y apareció una onda más joven, más rockera. Me acuerdo que se vendían remeras de bandas, tatuajes, tablas y ropa de surf. Creo que esa transformación tuvo que ver con los cambios en la avenida Cabildo. Hubo una época, los años dorados, que Cabildo y Santa Fe eran avenidas icónicas, muy elegantes. Cabildo incluso competía con Santa Fe: eran como hoy son Patio Bullrich o Paseo Alcorta. Pero con el tiempo todo eso fue cambiando.
Graciela: –Yo creo que también influyó la llegada del subte. Trajo más movimiento, más gente circulando. Eso transformó al público y la galería cambió con él.
–¿Por qué la gente la conoce como Galería Churba si su nombre era Galería Juramento? ¿En algún momento cambió el nombre oficialmente?
Natalio: –No, siempre fue Galería Juramento. Ese es su nombre legal, su nombre social. Nunca se cambió.
Graciela: –Pero para la gente era “Galería Churba” porque ahí estaba el local de CH, en la punta de la galería y también en el primer piso. Eso la marcó, y el nombre quedó.
Natalio: –¿Cambiarle el nombre? No hacía falta. La familia Churba es muy grande, y muchos terminaron usando ese nombre, que en realidad se hizo conocido por Alberto. Después vinieron otros que también hicieron cosas muy buenas, pero fue él quien le dio fuerza y prestigio al apellido.
Graciela: –Alberto rompió con el statu quo del diseño de muebles de la época. Fue quien trajo el diseño escandinavo. Un genio total.
-¿Y cómo fue el final de la galería? ¿Cómo decidieron demolerla?
Natalio: -En 1999, cuando la galería ya había perdido algo de su brillo -no estaba vacía, pero sí había bajado de nivel- apareció una propuesta interesante. Desde Estados Unidos vino la gente de Tower Records asociada con Eduardo Costantini. Nos ofrecieron un proyecto comercial atractivo y gracias a la buena relación que teníamos con los inquilinos, les propusimos un acuerdo. Nos dieron dos años para desocupar el lugar y preparar la demolición. Con diálogo y respeto, fuimos resolviendo cada caso y finalmente entregamos el predio a Tower Records. Ellos se encargaron de demoler la galería y construir ese edificio imponente que hicieron en ese momento.

-Pero el proyecto no funcionó como esperaba, ¿no?
Natalio: -No, tuvieron mala suerte. Durante la obra falleció el arquitecto y eso frenó todo por un tiempo. Al final, tardaron tres años en construir el edificio. Ocuparon solo la mitad del terreno, que era donde se podía edificar. En la otra mitad, la que no permitía construcción por esa vieja ley de ensanche, hoy está la confitería La Academia. Y justo cuando lograron inaugurar, al poco tiempo, cambió todo: la venta de discos empezó a desaparecer en el mundo. La forma de consumir música se transformó y ya nadie compraba CDs ni vinilos. El negocio se volvió inviable.
-¿Y qué hicieron?
Natalio: -Nos devolvieron la construcción y para ellos fue una inversión malísima. Para nosotros no, porque las galerías, en general, dejaron de funcionar. Los locales son chicos... Se transformaron en shoppings. Es como los edificios actuales con todos los amenities... las galerías eran demodé. Hoy los shoppings ofrecen patio de comidas, cines, otros atractivos.
-¿Qué vino después de Tower Records?
Natalio: -Ahí fue cuando mi generación empezó a tomar un poco más la dirección. Aparecieron varios interesados, pero quienes nos parecieron más razonables y logramos una relación excelente fue la gente de Stock Center. Después llegó la confitería “La Academia”, que en su momento estaba vinculada al presidente de Racing. Todo se fue reconfigurando, pero siempre buscando mantener el espíritu del lugar.
Aunque hoy la galería ya no esté, en la memoria colectiva de Belgrano sigue viva. Quienes conocieron la Galería Churba -o Juramento, en los papeles- saben que fue mucho más que locales y oficinas. Fue la visión de una familia, una estética que rompió moldes y una iniciativa audaz que hizo crecer al barrio.
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