Niños del Llullaillaco: la historia de los incas sacrificados y momificados en Salta, a 20 años de su hallazgo

Hace más de 20 años, tres niños lograron conmover a la comunidad científica del país y del mundo cuando sus restos fueron encontrados cerca de la cima del volcán Llullaillaco, en Salta. Pero lo llamativo no fue solo el hallazgo de estos infantes, sino su estado de conservación y el misterio detrás de su curiosa aparición.
En 1999, una expedición dirigida por Johan Reinhard, explorador de la National Geographic Society junto a su colega Constanza Ceruti, de la Universidad Católica de Salta, descubrió los cuerpos de tres niños en lo alto del volcán Llullaillaco. Estos tres pequeños eran de origen inca y fueron ofrendados a la montaña como parte de un ritual sagrado conocido como "capacocha", más de 500 años atrás.
En esa ceremonia, los incas llevaban a los niños en una extensa procesión que partía desde Cuzco hasta la montaña -donde fueron sepultados los cuerpos, a 6739 metros de altura- con el objetivo de "entregarlos" a los dioses.
"Para los incas, en la 'capacocha' los niños no morían, sino que era un tránsito para encontrarse con los ancestros y convertirse en dioses protectores de las comunidades asociadas a esas montañas, que para ellos eran sagradas", explica a LA NACION Gabriela Recagno Browning, antropóloga y directora del Museo de Arqueología de Alta Montaña, donde actualmente se resguardan los restos.
"El Llullaillaco es el sitio arqueológico más alto del mundo, es una plataforma ceremonial. Cada niño se encontraba en una pequeña tumba individual a 1,80 metros de profundidad. Estaban enterrados y rodeados de una serie de objetos que constituían su ajuar", indica Recagno Browning.

La mayor es "la doncella", de aproximadamente 15 años de edad: fue descubierta sentada, con las piernas cruzadas y los brazos apoyados sobre el vientre, con un vestido marrón y un conjunto de adornos colgantes de hueso y metal, peinada con trenzas y un tocado de plumas. Se cree que la joven pudo haber sido una de las mujeres especialmente elegidas como "vírgenes del sol" para ser ofrendada a los dioses incas. "Estas mujeres eran criadas y educadas al servicio del inca y sus ceremonias. Otras servían al inca o eran destinadas a desposar a los gobernadores, y a otras se las educaba para tejer para las ceremonias más importantes del imperio incaico", detalla la antropóloga.
El segundo de los pequeños, "el niño", de alrededor de siete años, fue hallado sentado de rodillas sobre una túnica gris, vestido con una prenda color rojo, una vincha sobre la frente y un adorno de plumas, con la mirada puesta en dirección al sol naciente. "Los tejidos de su indumentaria son ceremoniales, de una altísima perfección y los colores indican que pertenecieron a una elite", agrega Recagno Browning.
La última de las jóvenes del Llullaillaco es "la niña del rayo", de un poco más de seis años, llamada de esta forma porque en algún momento, desde que fue enterrada en su tumba en la montaña, un rayo impactó sobre la superficie y quemó parte de su rostro y su hombro. La encontraron sentada con las piernas flexionadas y las manos semiabiertas, con un vestido marrón y cubierta con una manta de lana.

"Cada uno de ellos tenía un ajuar que lo acompañaba en sus tumbas. Cada ajuar tiene que ver con el género. Las niñas llevaban objetos de cerámica como platos, jarros, bolsas y elementos de costura, mientras que el niño portaba estatuillas de plata y oro, pequeñas llamas y estatuillas de objetos vinculados a las actividades productivas", señala la directora del museo.
Pero, a fines del siglo pasado y aún en la actualidad, lo que más llamó la atención de los expertos fue el excepcional estado de conservación. "Son niños que se han momificado naturalmente porque el frío y la presencia de la ceniza volcánica garantizaron su conservación y absoluta preservación. Para nosotros, estos no son cuerpos, sino niños mensajeros de otros tiempos con un enorme potencial simbólico y científico", determina Recagno Browning.