El gatopardismo en la Argentina
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En estos días, la serie El gatopardo nos lleva a recordar la célebre novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), la única que escribió, publicada después de su muerte y considerada una obra maestra de la literatura italiana del siglo XX. Fue llevada al cine en 1963 por Luchino Visconti y se convirtió en una película clásica, reconocida entre las mejores de la historia.
La novela relata la historia ficticia del príncipe de Salina, que en su Sicilia natal es el noble de más alto rango vinculado a la casa de Francisco II, rey de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia), de origen borbónico. Se desarrolla en la época de la unificación italiana, en la que las fuerzas revolucionarias de Garibaldi, al servicio de Vittorio Emanuele, de la casa Saboya y rey de Cerdeña-Piamonte, desembarcan en la isla en 1860 y derrotan al ejército de Francisco II, quien será depuesto el año siguiente; Vittorio Emanuele asume entonces como el primer rey de la Italia unificada.
El príncipe de Salina asiste con nostalgia a estos acontecimientos que preanuncian la decadencia de la nobleza a manos de la burguesía en ascenso, pero no se opone como le pide su hijo mayor para conservar los privilegios de su clase social. Su sobrino favorito se ha unido a los revolucionarios, con su tácito consentimiento, y para justificar su decisión pronuncia la famosa frase que desde entonces es sinónimo de gatopardismo: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Consecuente con esta visión, el príncipe acepta el matrimonio por conveniencia de su sobrino con la hija plebeya de un rico burgués que es un entusiasta promotor del nuevo orden de cosas, aun sabiendo el amargo disgusto que le provocará a su hija, enamorada de su sobrino.
El gatopardismo es la estrategia política que consiste en cambiar algo para que nada cambie. Por definición, quienes practican gatopardismo intentan reformas cosméticas cuyo fin es engañar a la sociedad para que todo permanezca igual.
Entre nosotros, existen innumerables casos de gatopardismo. Un buen ejemplo es la consuetudinaria habilidad de los peronistas para embaucar a sus seguidores mientras los mantienen en la pobreza y sus dirigentes conservan sus posiciones de privilegio y riqueza. Los peronistas son capaces de todas las mutaciones políticas con tal de aferrarse al poder. El peronismo es un movimiento gatopardista donde todos se pueden pelear y más tarde amigar, en el que todos pueden defender lo que antes criticaron, y viceversa, sin el menor remordimiento, en la medida en que el olvido histórico sea útil para conquistar el poder. La candidatura presidencial de Alberto Fernández fue una muestra acabada de gatopardismo esencial.
Sin embargo, el gatopardismo no se limita a los políticos peronistas. En las fuerzas no peronistas también abundan ejemplos. El Partido Comunista apoyó a Videla. La Ucedé de Alsogaray terminó cooptada por Menem. El Frente Renovador de Sergio Massa fue opositor y aliado del kirchnerismo con total tranquilidad de espíritu. El radicalismo fue capaz de crear los radicales K. El radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió saltaron sin solución de continuidad del frente UNEN (una alianza con socialistas, Victoria Donda, Pino Solanas, entre otros) a Cambiemos.
Si en vez de hablar de fuerzas políticas habláramos de figuras políticas, sería interminable la lista de quienes cambiaron de partido a lo largo de su trayectoria. Y en algunos casos, más de una vez. Cambiaron, pero nada cambió.
El gatopardismo también existe fuera del ámbito de la política. Los sindicalistas peronistas hace varias décadas que están aferrados al poder. Frente a su habilidad para mantener el statu quo, el príncipe de Salina resulta un niño inocente. Lo mismo se podría afirmar de numerosos empresarios, adaptados a las circunstancias más diversas con tal de sobrevivir en la enmarañada selva de la política argentina. A la lista se podría sumar una pléyade de gobernadores, partidos provinciales, organismos del Estado, cuyos titulares en general se dedicaron a mostrar que cambiaban algo para que nada cambiara, comenzando por sus privilegios. Idéntica es la conducta de las llamadas fuerzas vivas de la sociedad argentina, que han sido principalmente vivas para defender sus intereses corporativos.
Hoy se está haciendo un intento de cambio genuino, con enormes dificultades, errores no forzados y un extremismo discursivo poco conducente. Frente a esa propuesta, el gatopardismo se manifiesta con intensidad en las fuerzas opositoras al Gobierno, quienes una vez más proclaman que defienden los intereses del pueblo frente a los cambios propuestos. Por fortuna, la sociedad argentina aprendió la lección a fuerza de sufrir en carne propia las falacias de esos falsos profetas. Y no olvida que la mayoría de ellos son responsables de la estrepitosa decadencia a que arribamos en diciembre de 2023. En el fondo, una vez más agitan sus consignas pseudorrevolucionarias, porque solo buscan que nada cambie. Son los hijos dilectos del príncipe de Salina, cuya dinastía impensadamente se estableció en nuestro suelo.
