Frente al estallido, no hay palabras
"Nos han arrojado una bomba atómica sobre nuestras cabezas. Fuimos siempre cinco. Se ha roto, irreversible, nuestra fanática identidad". Leo desprevenida la contratapa de un libro que llega entre las novedades de este mes y siento un estruendo; me tiembla todo. Rápidamente, me pongo en tema. En noviembre de 2017, después de treinta años de ir y venir en una batalla desigual contra el cáncer, muere Margarita, hermana de la escritora chilena Marcela Serrano. La autora de Para que no me olvides, El albergue de las mujeres tristes y Lo que está en mi corazón se refugia del dolor y del enojo en su casa de campo, por donde pasa alguien de la familia y le plantea el peor de sus pesares: "¿Y quién nos va a hacer reír ahora?". Mientras tanto, ella escribe El manto (Alfaguara), tejido emocional para los que quedamos a la intemperie.
¿Qué pensamiento mágico la llevó a creer que encerrarse en el campo haría alguna diferencia? Ella misma se lo pregunta varias páginas más adelante, ciento ochenta y cinco tristes páginas que, sin embargo, tienen luz y están llenas de recuerdos, de información de la propia historia, de la de su país y de la de otros que también perdieron. Está, por ejemplo, la cita a Patrimonio, el libro de Philip Roth sobre la muerte de su padre, y también a Piedad Bonnett, que escribió Lo que no tiene nombre, por el duelo de su hijo.
Sobre el estruendo: también éramos un pentágono que parecía irreductible hasta que, el 10 de mayo de 2019, la misma cruel enfermedad venció en la lucha a una de nosotros. A excepción de la alegría y, por supuesto, de esa valentía a la que no le caben adjetivos, pocas cosas han tenido en común su hermana y la mía. Nada de Brahms ni tacos altos ni caballos por aquí. Puedo, incluso, contrastar las diferencias en el capítulo 52, entre las "Cosas que le gustaban a Margarita" y la lista que yo misma armé con mi hija una noche de aquellas, sentadas en el borde la cama. "¿Qué le gustaba a la tía Lili? A ver, anotemos". Sin embargo, este libro es un espejo en tantos sentidos. Y una compañía distante. Tiene mucho de cómplice en el duelo discontinuo. Y aunque yo no me haya comprado una yegua ni mi departamento se parezca en lo más mínimo a su descampado con estrellas que aturden por su nitidez, sí me pregunto igual que Marcela –y que sus hermanas y los míos y tantos más–: ¿es que algún día será normal que no estén?
A partir de "el frío de la tristeza que retuerce los músculos de la espalda", Serrano evoca el hielo que, decía Graham Greene, hay en el corazón de todo novelista. Esta vez, ella fue por lo personal y en su nuevo libro no escribe "mentiras"; es más, a la reconocida best seller le cuesta creer ahora, confiesa en un pasaje, que alguna vez haya hecho ficción. A propósito, hay una historia de película que templa el invierno de este volumen; una anécdota real, chiquita, hermosa, que no duele, te pone a sonreír. Es sobre la vez que con "Manga" le escribieron a Charlton Heston. A escondidas fueron a sacarse una foto en tiempos en que obtener un retrato impreso era una proeza, y la enviaron a Hollywood. Lo realmente épico fue que su Ben-Hur les contestara, correspondiéndoles un sobre a cada una. De animarse a una extravagancia semejante, fantaseo, Liliana le hubiera enviado un lemon pie a Richard Gere.
"Cuando se muere el marido, se es viuda. Cuando se muere el padre, se es huérfana. Menudo problema: parto sabiendo que las palabras no alcanzan. No existe una para mi estado. No se ha inventado la palabra para la hermana que se quedó sin hermana", anota Serrano desafiando al lenguaje.
Al final uno confirma una vez más que la propia historia no es nada extraordinaria, que todos se preguntan por qué a mí. Que también nosotros, como ellas, creíamos firmemente en la resurrección durante el transcurso de la enfermedad. A cualquiera se le puede escapar una lágrima si se apropia de ese "¿Quién te matará las arañas cuando yo no esté?" que le preguntó un día "la Margarita".