
La pavorosa naturalidad de la miseria
En un texto que lograría celebridad, Jonathan Swift presentó, en 1729, "Una modesta proposición para impedir que los niños de los pobres en Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y hacerlos provechosos para la sociedad". La misma consistía en que las clases pudientes, tras alimentar a esos niños debidamente, se los comieran.
Las masas y los hambrientos, sin embargo, no sólo sobrevivieron a esta propuesta. Las llamadas sociedades del bienestar los producen y reproducen con regularidad, de modo que por doquier se los ve multiplicarse y expandirse. Hoy son legión y su abundancia prueba que el desarrollo y la exclusión, istrados por la perversidad, siguen siendo fenómenos complementarios. El progreso no ha remediado los males generados por la desigualdad. Por otra parte, la miseria no parece quitarle el sueño al poder. Así lo demuestra un reciente informe de las Naciones Unidas: "El estado de las ciudades en el mundo 2006-2007". Sus datos, profusamente difundidos, merecen una consideración sostenida.
El año venidero ascenderán a 1000 millones las personas que estarán hacinándose en villas miseria, a lo largo y a lo ancho del planeta. "2007 será el primer año de la historia en el que habrá más gente viviendo en las áreas urbanas que en el campo". Hacia 2030, según se estima, 5000 millones de personas, sobre un total de 8100, residirán en ciudades, y ello significa, sobre todo, en sus alrededores. Los suburbios, connotados por la insalubridad, la ignorancia y el hambre, se multiplican cada vez más, advierte el informe; "y amenazan con ahogar las ciudades".
¿Cuál ha sido la reacción de los sectores con poder de decisión política ante este flujo de los desposeídos hacia el borde de una abundancia que los excluye? El silencio y la inacción, responde al informe de las Naciones Unidas. ¿Qué otra cosa significa esta ceguera tenaz si no una expresión enajenada de egoísmo, tan criminal como suicida?
Las poblaciones de las periferias urbanas son el fruto amargo de una demanda justa y frustrada en un mundo injusto y satisfecho. El progreso se ha convertido en un privilegio indiferente al sufrimiento. La riqueza nace y se acumula hoy en las ciudades. Bangkok y San Pablo, por ejemplo, concentran un 10% de la población de Tailandia y Brasil, y generan, respectivamente, el 40% de la riqueza de sus respectivos países. A sus puertas se agolpan millones de excluidos. Seres a quienes la prueba de que existen sólo se las brinda la desesperación que padecen y la impotencia que comparten. Quienes forman parte de las barriadas miserables que se extienden alrededor de las prósperas ciudades son el trágico resultado de una época en la que sería posible programar y realizar lo que nunca antes se pudo y en la que, no obstante, los poderes políticos deciden obrar con el desprecio o la apatía con que siempre se procedió.
El crecimiento desorbitado de la pobreza urbana no es, pues, inevitable. Pero su control y su reversión demandan un resuelto compromiso y una planificación a largo plazo. "Por lo menos 1600 millones de personas mueren anualmente como resultado de las malas condiciones sanitarias e higiénicas de las villas", subraya el informe. ¿Es éste el costo necesario que reclaman las sociedades de consumo para seguir promoviendo el ideal del bienestar? "Ayudar a los pobres a integrarse en el tejido urbano es la única solución sostenible frente al crecimiento de la pobreza en el mundo urbanizado."
Aunque no lo diga en estos términos, el informe de las Naciones Unidas viene a probar que se ha desarrollado una pavorosa naturalidad frente a la miseria. Como si no se comprendiera o no se pudiera itir hasta qué punto su expansión compromete la subsistencia de la civilización. Desafíos de integración planetaria, en los términos en que los plantea el presente, no los hubo nunca. Y no podrá encarárselos con eficacia si se sigue disociando el orden político y el progreso económico de la justicia social. El porvenir de la especie depende, por cierto, de muchos factores. Uno de ellos es que no caiga definitivamente en manos de su propia deshumanización.