Por Cristina L de Bugatti Para LA NACION
Desearíamos que el césped tuviera la tenacidad que sugiere el bello poema: "Yo soy la hierba. Deje obrar". Como exigimos que esa hierba domesticada sea un tapiz perfecto, que las infinitas posibilidades de vida que da el suelo se reduzcan a una sola especie, a la que estimulamos y maltratamos a la vez, con refinado sadismo, el césped tal como lo queremos ver da trabajo. De manera que es oportuno recordar algunas sencillas prácticas para mejorar su aspecto
Los riegos y el pisoteo consolidan el suelo, un remedio fácil para airearlo es pincharlo por todos lados con una horquilla o una varilla de hierro. Los ses inventaron unos zuecos con largos clavos en la suela que facilitan el trabajo. Se completa la acción desparramando una capa de tierra fertilizada.
El riego conviene hacerlo con cierto método. Regar superficialmente muy seguido, porque agrada la frescura del pasto mojado, hace que las raíces se desarrollen más cerca del ras del suelo, y por consiguiente, estarán expuestas a sequedades, fríos y calores.
Lo mejor es regar en abundancia y más espaciado, para que el agua penetre y las raíces se desarrollen en profundidad.
Algunas plagas son detectables y muy fáciles de combatir.
Por ejemplo, cuando se ven montoncitos de tierra en sectores con plantas amarillentas puede ser el ataque del grillo topo, que se alimenta de las raíces. El remedio es volcar un chorrito de agua con detergente en los agujeros que lo delatan.