Horror en Villa Crespo: quiénes eran los cuatro integrantes de la familia que encontraron muerta en un departamento
Según la información difundida por fuentes policiales, los cuerpos fueron descubiertos por una empleada doméstica
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Cuatro personas, entre ellas dos menores de edad, fueron encontradas sin vida este miércoles en un departamento del barrio porteño de Villa Crespo. La principal hipótesis que maneja la Policía de la Ciudad es la de un crimen intrafamiliar a manos de la madre que atravesaba una patología psiquiátrica.
Según la información difundida por fuentes policiales, los cuerpos fueron descubiertos por una empleada doméstica que ingresó al inmueble ubicado en la calle Aguirre al 295 alrededor de las 13:30. La mujer utilizó sus propias llaves para entrar y no encontró signos de violencia en la puerta de , lo que llevó a descartar un intento de robo como móvil del hecho.
El hombre fue hallado en el lugar con un cuchillo cerca, lo que había hecho crecer la hipótesis de su posible implicación en los homicidios. Pero, por la tarde y tras le análisis de los cadáveres, los investigadores giraron su mirada hacia la mujer.

Las primeras diligencias las lleva adelante la División Homicidios de la fuerza de seguridad porteña, mientras que personal de la Policía Científica trabaja en el lugar para realizar los peritajes correspondientes.
“Con gran conmoción, recibimos la noticia de que los cuatro integrantes de la familia de Bernardo Sergio Seltzer fueron hallados hoy, sin vida, en su departamento de la calle Aguirre 295. Las autoridades están investigando lo ocurrido para poder esclarecer los hechos. Acompañamos a los seres queridos de la familia en este momento de profundo dolor”, difundió a través de un comunicado la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).
Junto a Adrián Seltzer, de 53 años, fue encontrada su esposa y dos hijos que fueron identificados como: Laura Fernanda Leguizamón, de 51 años, y sus hijos Ian, de 15 e Ivo de 12.

Seltzer era un experto en el mercado de granos como analista y corredor y asesoraba a una de las más importantes casas del rubro, Granar. Además, en los últimos años se había volcado también al rubro inmobiliario con inversiones en Paraguay.
Detalles del horror
El horror fue descubierto por la empleada doméstica cuando llegó al edificio donde vivía la familia Seltzer, en Villa Crespo. Eran las 13.30 cuando, después de mucho esfuerzo, pudo abrir la puerta y descubrió lo peor: el cuerpo de uno de los adolescentes estaba en el un pasillo. Presa del pánico salió y llamó a la policía.
Cuando el personal de la Policía de la Ciudad ingresó en el departamento 6 A del edificio Aguirre 295 descubrió los cuerpos de Adrián Seltzer, de 53 años, su esposa, Fernanda Leguizamón, de 51, y de sus hijos Ian, de 15, e Ivo, de 12.
“El cuerpo de uno de los adolescentes estaba en el pasillo. Presentaba varias heridas de arma blanca. Otro de los hijos estaba muerto en su habitación”, sostuvo a LA NACION una fuente que tiene o estrecho con los investigadores.
“El cuerpo de Leguizamón estaba en el baño, dentro de la bañera. Seltzer estaba muerto en su cama, con múltiples heridas. En la habitación había varios cuchillos”, agregaron las fuentes consultadas.
Tras el análisis realizado por los peritos policiales, se determinó que la principal hipótesis es la de un triple homicidio seguido de suicidio, perpetrado por Leguizamón, quien presentaba una herida de arma blanca en el corazón y no mostraba señales de haber intentado defenderse.
El cuerpo del padre de la familia fue hallado en la cama matrimonial con múltiples heridas de arma blanca. Según los investigadores, el crimen habría ocurrido alrededor de las 6 de la mañana, por lo que se presume que el hombre estaba dormido al momento del ataque.
En cuanto a los hijos, se cree que ambos fueron sorprendidos en sus habitaciones. Presentaban heridas de arma blanca en la espalda, así como lesiones defensivas.
También se encontró una carta en la cocina, presuntamente escrita por uno de los hijos.
La conmoción y el silencio de los vecinos
El hallazgo de cuatro integrantes de una familia sin vida dentro de un departamento sacudió la tranquilidad habitual de un barrio que aún intenta comprender lo ocurrido. La noticia se esparció rápidamente entre vecinos, comerciantes y transeúntes, dejando una estela de incredulidad, tristeza y especulaciones.
Juan Pablo, vecino del edificio, acababa de llegar cuando se enteró de la tragedia. “Solo te puedo decir que es terrible lo que pasó, esos chicos pobrecitos, realmente tremendo”, expresó conmovido, aunque reconoció que apenas los conocía de vista.
Desde la verdulería de la esquina, un comerciante comentó: “No los conocí, pero esto asombró al barrio, no se puede creer”. Una reacción que se repite entre quienes, aunque no tenían trato directo con la familia, sienten el impacto de lo sucedido.
Federico, cajero del supermercado frente al edificio, los recordaba como clientes ocasionales: “Gente normal, no puedo decir más que eso, porque nunca hubo algo que me llamara la atención de alguno de ellos”.
Cecilia, vecina de la casa en diagonal, llegó con sus hijos del colegio y se encontró con el despliegue policial. “Me enteré por la Policía, una locura lo que pasó. Tengo que explicarles a mis hijos porque son chicos y mucho no entienden todo este despliegue de ambulancias y policías. Pobre familia”, dijo con preocupación.
La sobrina de las víctimas, visiblemente afectada, prefirió no hablar. “Aún no nos dijeron nada, no sabemos realmente lo que pasó. Se están diciendo muchas cosas que no son verdad y que ni siquiera nosotros sabíamos”, expresó con dolor.
Eric, joven empleado de la verdulería contigua al edificio, también los recordaba como clientes: “No puedo decir nada porque no los conocía”. Luciano, vecino del mismo edificio, fue más enfático: “Muy buena gente los cuatro, excelentes personas”.
María Belén, a del edificio, llegó al lugar apenas se enteró. “Vine espontáneamente porque Adrián era miembro del consejo y obviamente teníamos conversaciones del edificio en el chat. Buena gente, muy predispuesta a colaborar siempre”, recordó.
En una inmobiliaria que también funciona como estudio jurídico, tres vecinos se reunieron para compartir su consternación. “Estamos realmente sorprendidos y consternados porque nunca nos imaginamos algo así. Realmente eran muy buenas personas, simpáticos y buenos vecinos”, coincidieron.
Alicia, otra vecina, lamentó las versiones que comenzaron a circular: “Nadie sabe lo que pasó, andan especulando, dicen cosas tremendas. Estamos todos sorprendidos, ¿cómo pueden andar diciendo cosas feas de una buena familia?”.
Desde la cafetería de enfrente, Janet recordó al padre de familia con afecto: “Lo conocía de antes de abrir la cafetería, cuando vendíamos por delivery. Era una persona simpática, amable, buena onda, re tranquilo. Siempre los veía los fines de semana cuando se iban de viaje, supongo que al interior, se los veía contentos”. Sin embargo, también mencionó un comentario que escuchó de otra comerciante: “La verdulera le dijo a una persona de acá del local que él la había tratado mal una vez. Le dijo ‘buenos días señor’ y él respondió ‘qué señor, el señor no existe’”.
El gato, testigo involuntario del horror
Una caja para transportar animales apareció entre los primeros objetos en salir del edificio. La llevaba un oficial, con cuidado, como si dentro cargara algo frágil. Era el gato de la familia. Lo único con vida que salía de ese departamento en el sexto piso, donde los cuerpos aún seguían tendidos. La policía de la Ciudad confirmó a este medio que nadie había sido retirado todavía.
Afuera, sobre Aguirre al 300, empezaban a llegar los vecinos. Algunos se acercaban con la excusa de mirar, otros para hablar. El aire se sentía espeso. Había quienes no sabían qué decir y quienes no podían parar de hablar. Sonia fue una de las primeras en contar lo que sabía: su hija era amiga de una chica que vivía en ese mismo edificio. “Conocía al señor. La llevaba todos los días a la escuela. Dice que era un buen hombre”, dijo a este medio.
Sonia también contó que su hija no quiere salir de la casa desde que se enteró. Vive cerca. “Somos de acá”, dijo. El barrio, que hasta ayer era parte de su rutina, hoy le resulta ajeno.
Sonia volvió a hablar. Esta vez, con un tono más apagado. Aseguró que nunca habían vivido algo así en esa cuadra. Que el hombre era amable. Que ella era callada. “Los chicos eran un amor”, agregó una vecina que se sumó a la conversación con los ojos llenos de miedo. Un hombre bajó del edificio, caminó hasta la cinta policial y, sin mirar a nadie, susurró: “¿Cómo pudo hacerle eso a su familia?”. Después se quedó ahí, quieto.
Desde los balcones, otros vecinos se asomaban. Observaban la escena desde arriba, como si mirar desde la altura los protegiera de lo que pasaba abajo. Algunos bajaban, se unían al grupo en la vereda. Nadie hablaba fuerte. Los murmullos flotaban entre las cintas de seguridad, entre los patrulleros, entre los pasos lentos.
Anochece en Villa Crespo. El cielo se apaga sobre Aguirre al 295. Pero nadie se va. Como si marcharse fuera una forma de olvidar. Como si quedarse —aunque sea en silencio— fuera lo único posible.
Informes de Camila Súnico Ainchil y María Cabrera.
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