Paro general de la CGT: largas filas en las paradas de colectivos, demoras y quejas, la odisea de volver a casa
Organizaciones sindicales llevan adelante su tercera medida por 24 horas a nivel nacional contra el gobierno de Javier Milei; no funcionan los trenes y los subtes, pero sí los colectivos; en algunas escuelas hubo clases
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Las luces de la estación de Constitución estaban encendidas, pero las puertas, cerradas. Eran las 6 y llovía. Afuera, sobre las escaleras que dan a la calle General Hornos, decenas de personas se agrupaban para resguardarse. Algunos estaban sentados contra la pared, otros apoyados en las rejas, casi todos con la mirada puesta en la avenida. Esperaban colectivos. Las filas se formaban y se disolvían en cuestión de minutos. Había un ritmo lento, de resignación. Entre todos, uno desentonaba: Ezequiel, con auriculares puestos, observaba fijo la entrada de la estación. “¿Acaso no están esperando todos lo mismo?”, preguntó con naturalidad a este medio. Creía que las puertas iban a abrir. Le explicaron que no, que había paro. Se quedó quieto. Se sacó los auriculares. “¿No van a abrir?”, repitió, desconcertado. “Estoy acá hace dos horas. Me quedé en lo de un amigo, y ahora iba a volver a casa, en Temperley. Pensé que abrían a las seis. No soy de acá”. Cuando se le preguntó si había visto las noticias, respondió que no. Recién en ese momento tomó el celular y empezó a buscar información sobre cómo volver.
El jueves 10 de abril, desde las primeras horas del día, la ciudad de Buenos Aires se vio afectada por el tercer paro general convocado por la Confederación General del Trabajo (CGT) contra el Gobierno. Sin trenes ni subtes, la huelga se sintió con fuerza tanto a la mañana como a la tarde en la calle, donde las largas filas para tomar colectivos marcaron el ritmo. La medida, que contó con la adhesión de los sindicatos ferroviarios, los metrodelegados del subte y los peones de taxis, paralizó gran parte del sistema de transporte público. Aunque la Unión Tranviarios Automotor (UTA) no se sumó a la protesta por estar bajo conciliación obligatoria, el impacto fue visible. El paro se extendió por 24 horas y reclamó, entre otros puntos, paritarias libres, aumento de jubilaciones y reactivación de la obra pública. La protesta se enmarcó en el rechazo a las políticas de ajuste del gobierno de Javier Milei.
LA NACIÓN recorrió distintos puntos de la ciudad para retratar el impacto de la medida.
Las consecuencias durante la mañana
En Constitución, las personas llegaban, miraban las puertas cerradas de la estación, preguntaban y esperaban. Algunas lo hacían en silencio, otras se quejaban en voz alta. Entre ellas estaba Claudia Nieva, de 60 años, con una mochila colgada y el abrigo mojado por la lluvia. “Soy de Marcos Paz. Me enteré del paro esta mañana, pero igual vine. No puedo faltar al trabajo, a mí me descuentan el día si no voy”, contó. “Este es el segundo colectivo que tomo. Con esto pierdo tiempo y también plata”.
Claudia decidió quedarse en la casa de su hija en la Capital hasta mañana. “Tomar los colectivos para volver hasta Marcos Paz es perder más tiempo todavía. Prefiero volver mañana. Mañana hay trenes, ¿no?”, preguntó, con la incertidumbre marcada en la voz. Sobre el paro, no dudó en dar su opinión. “No estoy de acuerdo. Hacen esto por cualquier boludez. Nosotros, los que tenemos que laburar todos los días, terminamos haciendo filas enormes bajo la lluvia. ¿Pensaron en la gente alguna vez?”, expresó a este medio, visiblemente enojada.
Natalia Aranda y Juan Molinari venían desde Lobos. Llevaban más de una hora esperando en la parada. “Este va a ser el tercer colectivo que tomamos en el día, y todo para llegar a La Boca”, contaron. Molinari trabaja como albañil y Natalia, como empleada de limpieza. “Entendemos que hay cosas que están mal en el país, pero nosotros no tenemos un mango para bancarnos esto. No podemos parar. Hoy ya gastamos más de lo que teníamos planeado. El desayuno va a ser un sándwich compartido en el colectivo, así nos queda plata para el mediodía”, dijo Molinari.
Una mujer de pelo corto y campera negra empezó a levantar la voz mientras se abría paso entre la fila de la parada. A los gritos, le dijo a LA NACION: “¡Estos son unos vagos! ¡Siempre lo mismo! Yo tengo que ir a trabajar. ¿Quién me paga a mí el día si no llego? ¡Nadie!”. Sacó una tarjeta SUBE del bolsillo y la agitó en el aire como si fuera una prueba. “Yo no paro nunca, ¿sabés? Trabajo limpiando en una casa desde las 5. Me levanto a las 3 todos los días, ¿y ahora qué? ¿Por qué tengo que quedarme acá bajo la lluvia esperando un colectivo que ni siquiera sé si va a pasar?”. La mujer siguió hablando sin detenerse. “Acá hay gente que la rema, que no tiene alternativa. Que si no trabaja, no come. Y ellos, los que hacen el paro, se van a la casa tranquilos. Nadie piensa en los que no tenemos un sueldo fijo ni sindicato”.
A pocas cuadras de ahí, el movimiento escolar también estuvo alterado. En la Escuela Primaria Común N°4 Coronel Isidoro Suárez, ubicada en Venezuela 771, solo hubo clases en dos grados. “Vamos a ir avisando en la cartelera qué grados tienen clases y cuáles no”, explicó Alejandra, directora del establecimiento público. Frente a la puerta, una madre se acercó con su hija de séptimo grado. “A mí, mi maestro me dijo que hoy tenía clases, pero ahora no sé”, dijo la niña, mientras miraba hacia dentro. Faltaban diez minutos para que sonara la campana, pero algunos chicos ya se agrupaban en la entrada, dudando de si les correspondía ingresar.
En sus redes sociales, Mercedes Miguel, ministra de Educación de la ciudad de Buenos Aires, escribió: “Como todos los días, las escuelas de la ciudad de Buenos Aires estarán abiertas, con equipos directivos y docentes esperando a los chicos. Como es habitual en estos casos, se descontará el día a quienes adhieran al paro. Esperamos a todos los estudiantes en las aulas, para que puedan aprender y para que familias y docentes trabajen con normalidad”.
Mañana, como todos los días, las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires estarán abiertas, con equipos directivos y docentes esperando a los chicos. Como es habitual en estos casos, se descontará el día a quienes adhieran al paro. Esperamos a todos los estudiantes en las aulas,…
— Mercedes Miguel (@mechimiguel) April 9, 2025
Sin embargo, la incertidumbre se extendió a muchas escuelas. Algunas familias habían sido avisadas el día anterior sobre la suspensión de clases, pero otras llegaron sin información clara y se encontraron con las puertas cerradas o con carteles que anunciaban qué grados tendrían clases y cuáles no.
En las universidades públicas, numerosos docentes adhirieron al paro, mientras que en las privadas la situación fue más previsible. Desde la Universidad Torcuato Di Tella confirmaron a LA NACION que “las clases de grado se mantuvieron presenciales. Las de posgrado dependieron de cada unidad académica. El lunes se informó por mail que, si había colectivos, se sostenía la presencialidad”.
Fuera del ámbito educativo, en la calle, las consecuencias del paro también se hicieron evidentes. Tanto durante la mañana como por la tarde, las avenidas estuvieron cargadas de autos, colectivos y motos que buscaban sortear las restricciones del paro. En las esquinas, los semáforos marcaban una rutina que ese día no se cumplía. En la Estación de Retiro, las vallas de Trenes Argentinos bloqueaban la entrada principal. Adentro no había nadie. La estación estaba vacía. Solo una voz femenina sonaba en loop por los altoparlantes: “Ataque a la república. La casta sindical atenta contra millones de argentinos que quieren trabajar. Si te extorsionan o te obligan a parar denunciá al 134”. Las pantallas, que normalmente mostraban horarios de partida, repetían el mismo mensaje sobre un fondo azul. Afuera, la imagen contrastaba con la de Constitución: había menos gente. Algunos esperaban colectivos, otros simplemente miraban. Un hombre con dos bolsos rompió el silencio. “Tenía que llegar a Tigre. Vine desde Villa Devoto, salí a las 7. ¿Para esto? Estoy recaliente. Nadie se hace cargo”, dijo, mientras caminaba de un lado a otro buscando señal en el celular.
Por la tarde, el escenario fue similar. Cerca de la plaza de Constitución, Celeste era una de las 70 personas que esperaban el colectivo de la línea 148 que la llevaría a su casa, luego de trabajar: “La verdad que hoy a la mañana vine más rápido, había más colectivos a esa hora. Ahora hace 45 minutos que estoy esperando y no viene”. Cerca, Federico, de 29 años, que trabaja como pizzero también comentó que estaba esperando hacía unos 50 minutos el ómnibus: “Yo no paro, me gusta trabajar y llevarle la comida a mis hijos. Eso se llama dignidad”.
Un grupo de trabajadores de la construcción que viven en Florencio Varela y esperaban alrededor de las 17.30 el colectivo se quejaron: “Venimos en tren a la Capital. Pero hoy, esto es una tristeza: tener que esperar colectivos. Hace 45 minutos que pasó uno y se lleno rápido. Ahora el que está último en la fila va a subir a las 20. Los sindicalistas nos tienen hartos”.
En la zona, también había filas en las paradas de los servicios de combis. La tarifa de viaje ascendía a 4000 pesos, por ejemplo, para ir hacia Quilmes.
También por la tarde, alrededor de las 18, en Retiro, el escenario usual cambió. De hecho, la mayor parte de los colectivos partían de la terminal vacíos.
Los comerciantes de la zona sintieron también los efectos del paro. Florencia, de 22 años, que trabaja en El Show de las empanadas, señalo: “Solo facturamos 81.000 pesos cuando normalmente hago 450.000 por día”.
Los números del transporte
El uso del transporte público en el AMBA refleja la magnitud del impacto. En lo que va de 2025, según un análisis de LN Data, se registraron más de 683 millones de transacciones con la tarjeta SUBE: el 85% en colectivos, el 10% en trenes y el 5% en subtes. Solo el tren moviliza, en promedio, un millón de personas por día. El Ferrocarril Roca es el más utilizado, seguido por el Sarmiento, San Martín, Belgrano Norte y Mitre. Los viernes suelen ser los días de mayor movimiento, con más de 1.100.000 viajes. En cambio, los lunes son los de menor circulación.
En los subtes, la situación es similar. Cada jueves se realizan cerca de 700.000 viajes. En lo que va del año, se hicieron más de 32 millones de movimientos. Hoy, las estaciones estaban cerradas. En el ingreso de la línea C, un joven de unos 30 años intentó bajar las escaleras cuando dos policías lo detuvieron. “No se puede pasar. Está cerrado por el paro”, le dijo uno. El joven dudó, miró hacia abajo, como si el subte pudiera abrirse por insistencia. “¿Cómo que está cerrado?”, preguntó. “Vengo desde San Telmo. Siempre vengo en tren y después hago subte hasta el laburo. Hoy me vine en bici hasta acá. Me la jugué. No sabía que también paraban los subtes. Ya estoy cansado. Siempre hay algo”, dijo. Apoyó la bicicleta contra una pared y se sentó en el cordón. Decidió esperar.
En días normales, el subte porteño transportaba entre 600.000 y 700.000 personas. Hoy, esas cifras se desvanecieron. En las líneas B, C y H todas las persianas estuvieron bajas. Las máquinas expendedoras sin luces, los molinetes sin gente. Las estaciones, sin movimiento.
En la estación Retiro, una mujer con una valija y una bolsa de supermercado estaba apoyada contra una de las columnas del ingreso. Se llama Beatriz, tiene 56 años y vive en Wilde. “Trabajo cuidando a una señora mayor. Ayer me quedé a dormir en lo de ella porque sabía que hoy, con el paro, iba a estar complicado moverme”, contó. “Salí temprano igual, quería llegar a casa, descansar. Estoy agotada.” Tenía ojeras marcadas y la voz rasposa. “Esto no es vida. Ya no sé si me conviene seguir con este trabajo. A veces siento que me estoy deshaciendo en el camino, en cada paro, en cada día que tengo que improvisar cómo llegar o cómo volver”.
Aeroparque
A pocos kilómetros de allí, en Aeroparque, el escenario era distinto pero la sensación se repetía. Todo estaba detenido. Las pantallas de arribos y partidas mostraban la palabra “cancelado” en rojo. El salón central, que solía estar colmado de pasajeros apurados y familias despidiéndose, estaba casi vacío. Igual, el patio de comidas. En los bancos del primer piso, varias personas dormían junto a sus valijas. Algunas estaban cubiertas con mantas, otras simplemente recostadas, con la ropa del día anterior.
Joel Ortega, de Mendoza, era uno de los varados. “Vine para ordenar las cosas del departamento de mi mamá. Falleció hace cinco meses. No me sentía preparado para venir antes. Hace un mes me dije: ‘ya está, tengo que ir’. Me preparé. Y ahora estoy varado”, contó a LA NACION. “Mi esposa me había comentado que podía haber un paro, pero pensé que era uno de esos que no se hacen. Ayer vine y me dijeron que el vuelo estaba reprogramado. Dormí en el piso. Hoy volví y me avisaron que lo pasaron para dentro de dos días. No soy millonario. Nadie me ofrece un lugar donde quedarme. Me arreglé como pude. Pero no tengo más opciones”.
A unos metros, una familia de Posadas esperaba un vuelo hacia Misiones que también fue reprogramado. “Vinimos a Buenos Aires por vacaciones. Íbamos a volver ayer, pero nos pasaron el vuelo. Hoy volvimos a Aeroparque y otra vez nos lo cancelaron. Ya perdimos días de trabajo. No tenemos dónde quedarnos. No conocemos a nadie acá”, contaron, mientras intentaban ar a la aerolínea por teléfono.
Según datos del Sistema Integrado de Aviación Civil (CIAC), en 2024 se realizaron más de 211.000 vuelos en todo el país, con más de 29 millones de pasajeros transportados entre vuelos de cabotaje e internacionales. Los jueves, como el de hoy, se registran en promedio más de 80.000 viajeros en avión.
El paro general del 10 de abril contó con la adhesión de los gremios que agrupan a los trabajadores de Intercargo, la empresa que presta servicios de rampa en todos los aeropuertos del país. Eso forzó a Latam y JetSmart a cancelar o reprogramar gran parte de sus vuelos.
Desde Latam informaron que la operación desde y hacia la Argentina se vio afectada, y que los pasajeros podían cambiar su vuelo sin costo o solicitar la devolución total del pasaje. JetSmart, por su parte, canceló todos sus vuelos domésticos y modificó horarios y aeropuertos de ocho vuelos internacionales. La compañía estimó que más de 10.000 pasajeros fueron afectados por la medida.
Ambas aerolíneas aclararon que las cancelaciones se deben a una situación ajena a su voluntad y recomendaron a los pasajeros chequear periódicamente sus correos o los sitios web oficiales para confirmar el estado de sus vuelos.
Mientras tanto, en las salas de espera, el movimiento era escaso y el malestar se acumulaba. Entre los que seguían en el aeropuerto, algunos se resignaban al silencio. Otros, como Joel, se acomodaban como podían. “No es la primera vez que me toca esto, pero sí la más dura”, dijo antes de cerrar los ojos unos minutos. Afuera, la ciudad seguía más quieta que de costumbre. Adentro, cada minuto parecía más largo.
Con la colaboración de María Cabrera
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